sábado, 28 de febrero de 2015

LA CAPUCHA DEL VERDUGO

Aniceto era de los pocos que quedaban en su profesión, esta había venido a menos en las sociedades desarrolladas acuciada por la implantación implacable de los dichosos derechos humanos; el arte en dar matarile a los condenados se estaba perdiendo y ya nadie del gremio se preocupaba en innovar, los pocos que aún recibían encargos se limitaban a los métodos tradicionales y poco más.

Aniceto se consideraba un clásico del oficio y aun no siendo ya necesaria, a él le gustaba lucir capucha en las ceremonias del último adiós; Aniceto provenía de una saga de hombres dedicados a atender patíbulos por toda Europa, algunos de sus antepasados habían participado en ejecuciones célebres, de las que se hacían eco todos los medios. La capucha de Aniceto era una reliquia familiar que él tenía en mucho aprecio y era un signo de identidad de la saga a la que pertenecía, no sabría decir cuánto tiempo tenía aquella prenda singular pero sabía, por las historias oídas en la familia, que había estado junto a la guillotina en tiempos de María Antonieta.


Una ejecución era un acto social y como tal, requería de un boato y un lucir destacado; Aniceto cuidaba las formas y no por muy trágico que fuera el desenlace de sus jornadas laborales, se abandonaba en su proceder. Era de vestir pulcro y su capucha siempre le daba un toque de distinción por algo era la prenda más notable de su indumentaria, nadie conocía el rostro de Aniceto pues él se cuidaba muy mucho de permanecer en el anonimato; acudía al presidio donde se le reclamara, llevaba a cabo su labor y desaparecía sin hacerse de notar a la espera de un nuevo encargo.

Aniceto era un buen profesional en su oficio, dominaba todas las formas de ejecución y las aplicaba con eficacia, era rápido en su proceder no recreándose en la agonía gratuita, tenía un buen matar y eso era apreciado en el oficio. Muchas eran las técnicas que había practicado y de ellas la inyección letal no era muy de su gusto, las mezclas tóxicas a veces fallaban prolongando el tránsito a la otra vida en ocasiones durante muchos minutos, el reo moría entre convulsiones y espumarajos empapado en su orina y otros fluidos, era un morir desagradable que escapaba a su entender.


Él era más de ceses rápidos, sin efectos secundarios ni falsos revivires,  estos últimos en una ocasión le dieron trabajo extra. Aquella vez la silla eléctrica era el método elegido; el reo estaba correctamente sentado, sus muñecas humedecidas estaban atadas con correas que mantenían los electrodos aplicados a su piel, la corona metálica adaptada a su cabeza en la cual una tonsura permitía la conducción eléctrica estaba bien sujeta, el barbuquejo evitaba los movimientos de mandíbula y un bocado de goma impedía que se mordiera la lengua durante la descarga. Aniceto accionó la palanca a la hora indicada y tres mil voltios recorrieron el cuerpo del desdichado de ese día, cuando la levantó y la corriente cesó aquel tipo aún se movía por lo que aplicó una segunda descarga; el humo salía de sus zapatos y un olor a carne quemada impregnó el ambiente ante los ojos atónitos de los testigos presentes en el acto, todo parecía haber acabado cuando el chamuscado cuerpo intentó enderezarse en la silla, sin pensárselo dos veces Aniceto le dio a la palanca por tercera vez al tiempo que un charco de orina fluía por la entrepierna de aquel desgraciado, allí acabó su existencia.


Aniceto tenía buena mano con los nudos marineros, el corredizo era de sus preferidos aunque también era diestro en la elaboración del as de guía, el rizo o el doble bucle; la horca era un clásico entre los métodos de ejecución, el patíbulo con sus doce escalones, la trampilla accionada por la palanca de apertura y en lo alto, la soga de cáñamo balanceándose eran un marco ejecutor inigualable; lo más parecido en escenario y sensaciones era la ya olvidada decapitación con hacha o sable de la vieja Europa medieval o el lejano Oriente. Aniceto estaba muy ilustrado en el tema y tenía amplia bibliografía al respecto, su Historia de las ejecuciones era una obra maestra que presumía poseer en su extensa biblioteca pero también destacaban títulos emblemáticos como El arte de matar, El buen morir o Ingenios purificadores del Santo Oficio.


El gaseado individual o múltiple tampoco era del agrado de Aniceto, eso de ir jugando con vapores tóxicos no le ponía. Había experimentado con diversos gases nerviosos pero nunca quedaba satisfecho con los resultados, había estudiado los inicios de estas prácticas durante la primera gran guerra con el gas sarín o mostaza pero no consideraba esta una forma de buen morir; más tarde indagó en las gaseadas masivas de judíos practicadas por los nazis y tampoco estas le convencieron por lo que su desagrado por el método siguió incrementándose, por tanto y en base  a los resultados obtenidos esta era una práctica que siempre intentaba evitar.

Un formato restringido al ámbito militar era el fusilamiento, Aniceto había formado parte de un pelotón de castigo en un país lejano en sus tiempos de mercenario, el método no estaba mal pero precisaba de demasiada gente para su gusto, luego estaba todo el protocolo del vendaje de ojos en algunos casos, el carguen, apunten, fuego, el tiro de gracia a cargo del jefe de pelotón… mucha parafernalia para un mismo objetivo, llegado el caso él era más partidario del sistema individual, reo de rodillas, tiro en la nuca y a otra cosa mariposa, había que economizar munición.


Un método cómodo, rápido y limpio era el garrote vil, no requería grandes preparativos ni instalaciones especiales; con un giro brusco de la palanca el pivote rompía el espinazo del reo a nivel del cuello en lo duraba un parpadeo, este volaba al paraíso sin tiempo para quejarse y en la sala donde se llevaba a cabo el acto, todo quedaba listo para el siguiente candidato en un visto y no visto.

La lapidación no era un método agradable a la vista, practicada sin reparos en países islámicos era un tormento prolongado de los que no gustaban a Aniceto; la víctima casi siempre mujer, era enterrada en el suelo hasta los hombros de forma que no pudiera protegerse con los brazos, un numeroso grupo de voluntarios, a veces supuestamente mancillados en su honor, le lanzaban piedras hasta acabar con su vida, si esta tenía suerte perdía el conocimiento mucho antes del piedrazo mortal.


Así pues la capucha familiar siempre acompañó a Aniceto, se había convertido en un talismán de su buen hacer y sin ella se sentía desnudo e inseguro; en su historia como verdugo había visto y practicado de todo pero nada había tan sublime y poético como morir de amor devorando un paquete de pañuelos de papel, Aniceto en el fondo era un romántico empedernido.

sábado, 21 de febrero de 2015

NATURALEZA DESNATURALIZADA

Y es que la vida es un valle de lágrimas ¿Quién habló de una vida regalada? Aquí se viene a sufrir por decreto y quien aún no sienta en el pescuezo los tentáculos de la ira divina que se vaya preparando, el zarpazo está al caer, quizás a la vuelta de la esquina. La vida es cruel y solo unos pocos escapan a su macabro devenir pero aun así, a estos también les llega la hora de rendir cuentas con el Hacedor; ¿Quién no tiene problemas? ¿Acaso la naturaleza es justa? Esta reparte belleza y salud a capricho, decide donde y como nacemos, aun sin ser conscientes de ello coloca las amistades en nuestro camino, alimenta nuestros odios, nos lleva por el buen o mal camino y un día, ya al final del trayecto, nos exige la cuenta de resultados.

En función del resultado de este balance creemos adivinar nuestro destino final, cielo o infierno, arriba o abajo, pero ¿Qué hay del purgatorio? ¿Qué es ese limbo indefinido del que tanto hemos oído hablar? Quizá uno llegue a él y encuentre una gran piscina llena de laxante donde purgar del alma su lastre pecaminoso, siempre que este no sea excesivo; uno puede nadar en ese inmenso magma de Micralax, Duphalac o Dulcolaxo fundido y así, poco a poco a través de pedorretas impías, tras engullir esa nata evacuadora, va librándose de sus pecados terrenales tanto de hecho como de pensamiento, hasta encontrarse a bien con el Altísimo.


No hay que dejar en el olvido a tantos y tantos miles de nacidos con defectos, taras o disminuciones, tanto físicas, psíquicas como sensoriales; estos también tienen un recorrido vital, en ocasiones muy mermado, y quizás también acaben nadando en viscoso laxante en busca de la redención por su limitada vida terrenal. Todos, unos y otros, llegaremos al punto final que quien sabe si será un nuevo punto de partida, en él nos convertiremos en una partícula más del cosmos en el que flota nuestro planeta y en ese cosmos infinito encontraremos la paz… o el tormento.

Mientras ese día llega, arrastraremos nuestra existencia por la Tierra lo mejor que sepamos, intentaremos que el viaje sea fructífero toreando los sinsabores de la mejor manera posible y solo al final frente a la cruz, la luna o  una planta de maría, bajaremos los brazos y nos encomendaremos al futuro incierto de la muerte con una plegaria lastimera. Los vikingos despedían sus muertos haciendo arder sus barcos, los hindúes en sus piras funerarias, los musulmanes envueltos en sábanas blancas y enterrados mirando a la Meca, los faraones se sumergían en sus pirámides rodeados de esclavos y riquezas, los indios americanos elevaban sus difuntos en literas ceremoniales para aproximarlos a los astros, los cristianos vuelven a la tierra en sus bólidos de madera u optan por una solemne urna tras pasar por el horno purificador… todos dejan este mundo y se desintegran en el vacío cósmico.

Todas esas partículas de materia orgánica convertidas en polvo o cenizas, emprenderán un viaje eterno con destino desconocido, nada podemos imaginar, aventurar o suponer pues nada sabemos de ese lugar incierto; ni camino, ni clima, ni condiciones de vida, luego según a quien oigas le llaman de una manera o de otra, lo pintan de un color u otro, le ponen unas u otras vistas panorámicas pero al final siempre es el mismo sitio pues de lo que se trata es de vender un concepto y no un lugar físico.

Y allí irá el hombre de negocios, el obrero de la construcción, el mendigo, los personajes del corazón y hasta el rey; todos bailarán una danza póstuma cogidos de las manos alrededor de una hoguera en la que se quemarán sus yos terrenales, ya sin posesiones, títulos y vestimentas en ese montón de polvo todos serán iguales y como a iguales se les tratará.

Agapito, Agamenón y otros chicos del montón pasaron por allí y no les gustó el plan, les pareció soso y aburrido, ellos eran chicos de alegría y fiesta continua cosa que en los asuntos de difuntos no existía, el velorio de turno había acabado y polvo fue todo lo que encontraron pues como siempre, llegaron tarde y con el acto ya en las últimas. Ellos, en representación de la especie viva, seguirían conviviendo en esa colmena en que se habían convertido sus ciudades, luchando en las trincheras urbanas inmersos en su caótica vida social; sufriendo y remando para seguir a flote, adquiriendo cargas y responsabilidades a regañadientes, llenando sus maletas de cosas superfluas que un día deberían abandonar.



El ser humano en su huida hacia adelante en busca de una mejora para su precaria existencia, acumula lo inimaginable, se lastra de por vida con losas superfluas que si bien hacen su andadura más confortable en un momento dado, llenan unas maletas difíciles de transportar; solo dos brazos para llevar la carga y llegado el momento esta escapará de entre nuestras manos como el agua vertida por un grifo. Nada podremos retener y nada seremos capaces de llevar, nos iremos ligeros de equipaje dejando atrás una naturaleza desnaturalizada, aun sin saberlo peor que nos la encontramos, un poco más cerca de su final porqué algún día, todo acabará.

sábado, 14 de febrero de 2015

AMANECER QUE NO DESPERTAR

La noche se hizo larga, inmóvil sobre su cama las horas parecían no pasar mientras unos párpados cerrados ocultaban sus ojos despiertos aquejados por un monótono insomnio. Cada noche era la misma historia, ella se transformaba en su mente y tras un acuerdo mutuo, le ayudaba a descubrir su cuerpo, él a cambio, la colmaba con sus besos cada vez que esta se los demandaba.

Aquella chica había entrado a servir en su casa tras el accidente que lo dejó postrado en una silla de ruedas, más tarde se enteraría de que ya lo conocía de los ambientes de copas que frecuentaban antes del suceso, ella jugaba con ventaja pues él nunca se fijó en su presencia. Pasaba muchas horas en casa atendiendo las tareas propias del hogar con lo que liberaba en gran medida a su madre, esta estaba contenta con su eficacia y aunque debía guiarla en muchos trabajos el resultado era satisfactorio.

No tenía una especial belleza de hecho podría decirse que  no era su tipo de mujer; morena, no muy alta y con un cuerpo que de no cuidarlo tenía tendencia a engordar, sus curvas eran curvas sin más, sin excesos, no sabría decir si proporcionadas aunque de algo estaba seguro, no le llamaba la atención aunque ya se sabe que para gustos los colores. Si algo destacaba en ella era su busto, provista de dos enormes senos se movía sin complejos aun siendo consciente de que sus continuos dolores de espalda estaban influidos de alguna manera por aquellos exuberantes apéndices.

De alguna manera ella se sentía atraída por él y a medida que fue cogiendo confianza con aquella familia sus intentos por besuquearlo como muestra de cariño eran constantes, lo tenía agobiado y desde su inmovilidad no había forma de zafarse de aquellos labios ansiosos. En casa reían las gracias tachándola de pesada y sin ver mala intención en el gesto, él muy al contrario estaba harto de aquellos labios mal pintados siempre buscando el contacto de su piel.

Pero aquellos eran tiempos de cambios, la nueva situación acaecida tras el percance de tráfico era todo un mundo de incertidumbres, muchas dudas se cernían sobre él atrapado en un cuerpo que no le respondía y era fuente de frustraciones y desconsuelos; tenía que aprender a vivir de nuevo y nadie estaba preparado para ello, unos segundos cambiaron su vida y ya nada volvería a ser igual a partir de entonces.

Las muestras de cariño de ella hacía él no solo se mantenían sino que por días y momentos se incrementaban, estaba claro que a esas alturas ya nadie en casa iba a librarlo de ellas pues sus besos se habían convertido en una costumbre, inocente en principio pero muy molesta para él que ya no sabía cómo eludirlos. No podía defenderse de sus andanadas labiales por mucho que lo intentara y por Thor que lo hacía con uñas y dientes pero siempre sucumbía en una batalla perdida de antemano.

Un día tuvo una gran idea, genial llegó a  pensar si fructificaba, quizás así acabaría con aquel acoso al que lo tenía subyugado día tras día, en caso de ser aceptada por ella su propuesta tendría que sacrificarse pero no sería a cambio de nada y eso ya era más de lo que tenía hasta ahora. Así pues al día siguiente cuando se disponía a cumplir con su ritual besucón, él la frenó con una enigmática proposición creando en ella una inevitable curiosidad.

―Yo te daré todos los besos que quieras cuando quieras si a cambio haces algo por mí un día de estos ―dijo él mirándola fijamente a los ojos.
Como era de esperar ella le preguntó ―¿Qué tengo que hacer?― A lo que él respondió con una media sonrisa en los labios…

―Por ahora nada, de momento solo quiero que pienses en que estarías dispuesta a hacer a cambio de un puñado de mis besos sin más luchas ni rechazos, serían besos consentidos…. Aunque igual así perderían su gracia,  bromeó. ―Piénsatelo y en unos días hablamos.

Cada día con más frecuencia ella se quedaba en casa con él cuando sus padres tenían que salir a algún lado, por tanto alguna tarde que otra prolongaba su jornada de trabajo y adelantaba planchando o arreglando los  armarios. Él si estaba sentado, se aislaba en su despacho con sus libros y el ordenador hasta que ella le traía el café de media tarde, si estaba en cama mataba el tiempo viendo la televisión u oyendo música que ella le cambiaba de tanto en tanto.

Pasados unos días y viendo como la curiosidad se había instalado en la cabeza de aquella chica que no dejaba de pedirle pistas sobre lo que tenía que decirle, creyó llegado el momento de aclararle la incógnita que llevaba mortificándola la última semana. Una de aquellas tardes en que quedaban solos en casa y sabiéndose seguro de que nadie más podría oír lo que tenía que decirle, aprovechó que le llevaba un café para retomar la conversación.

¿Ya has pensado tú respuesta a lo que te dije el otro día? ―le preguntó a bocajarro en cuanto le acercó la taza a los labios.

Ella pillada por sorpresa dudó antes de decidirse a hablar, cuando lo hizo una media sonrisa afloró en su boca. ―Creo que sí pero dime que quieres que haga para estar segura de mi respuesta―.

Como ves ―empezó a decirle  él sin dejar de mirarla― mi inmovilidad me impide hacer cosas con las manos, es una ruina tener que depender de otros para casi todo pero  es lo que hay y no puedo cambiarlo; ella lo miraba expectante y él continuó con su discurso. ―La puta lesión medular trastoca todas mis funciones, ha alterado mi motilidad intestinal, ha afectado a mi vejiga y ni siquiera sé si aún puedo correrme; en esto último es en lo que quiero que me ayudes, tengo que averiguarlo y para eso te necesito―.

Ella se quedó mirándolo muy seria hasta que su rostro se relajó, como él veía que no decía nada intentó ser más claro y apostilló ―está claro ¿no? tú me masturbas  y yo me dejo besuquear, cambiamos pajas por morreos y así averiguo si aún soy capaz de eyacular ¿Qué dices? La pregunta quedó en el aire y su respuesta también.

Un jueves dos semanas más tarde sus padres comían fuera de casa y llegarían tarde, como siempre acordaron que ella se quedaría en casa y le prepararía la comida, ese día tendría lugar el momento tan esperado. Él comió pronto y se quedó en la cama alegando cansancio y sueño, el insomnio lo machacaba por las noches. Al fin se quedaron solos en casa, él la oía trastear por la cocina y esperaba verla aparecer de un momento a otro pero ella se demoraba.

Apareció en el quicio de la puerta, llegó en silencio, su aspecto había cambiado, sin el delantal y con el pelo suelto parecía otra; estaba claro que aquel encuentro tenía un objetivo meramente terapéutico no obstante, ambos iban a intercambiar gestos un tanto íntimos. Se acercó a la cama y se sentó en su borde junto a él, ambos se miraron y ella observó sobre un estante una bandeja con guantes de látex, sondas y colectores, eran los artilugios que rompían la parte mágica de este tipo de relaciones pero lo suyo era trabajo de campo, sin sentimientos de por medio por lo que no había magia que romper.

Ella propuso que empezaran con la parte del pacto que le correspondía a él, sería una forma de romper el hielo y crear un clima más acorde para que ella cumpliera con su parte; en principio no había porque crear ningún clima especial, tan solo llevar a cabo lo pactado y ver sus resultados pero llegado el momento a ambos les pareció muy mecánico y frío por lo que decidieron crear un clima más cálido e íntimo. Ella se acercó a los labios de él que la recibieron entreabiertos sorbiendo el néctar que se les ofrecía, sin prisas sus bocas se buscaron una y otra vez explorando con sus lenguas cada contorno, cada pliegue, cada detalle en un baile íntimo que no precisaba música alguna.

La temperatura de sus pieles fue aumentando siguiendo el ritmo de unos labios encendidos por el deseo, él le pidió que le quitara la chaqueta del pijama buscando mitigar el fuego que lo consumía concentrado en sus hombros, cara y cuello; ella inclinada sobre su cuerpo inerte, se movía por los dos anhelando su piel, su cuello, sus labios. La melena negra resbalaba interponiéndose entre sus bocas, el pelo mezclado con saliva y el sudor de sus caras se pegaba a sus pieles sin saber dónde acababa la de uno y empezaba la del otro, todo era una amalgama de sexo labial.

Con los labios irritados por la fricción ella se incorporó al tiempo que retiraba las sábanas, él quedó mostrando su desnudez a la espera de la otra parte del pacto, la que le correspondía a ella cumplir. El calor se estaba cobrando su factura y la camisa que ella llevaba daba buenas muestras de ello motivo por el cual, optó por soltar algunos de sus botones dejando entrever la ropa interior que contenía sus voluptuosas formas cubiertas estas por finas perlas de sudor.

Los soltó uno a uno sin prisas y sin dejar de mirarlo con los ojos inyectados en deseo, un deseo que él desconocía y medianamente compartía; una vez la piel de su torso quedó parcialmente al descubierto se dispuso a continuar diciéndole…

―Ahora me toca cumplir mi parte pero no sé si sabré hacerlo pues todo esto es nuevo para mí―. Acto seguido sus manos iniciaron con cuidado la retirada del sistema de incontinencia liberando aquel miembro de cualquier obstáculo. Una vez liberado de su capucha de látex aquel gusano dormido durante los últimos meses se mostró expectante ante lo que estaba por venir, ella lo cogió con una mano y con delicadeza, tras cerrar sus dedos sobre él, inició una danza rítmica de vaivén lento al principio, más  rápido después.

Poco a poco aquel apéndice blando y marchito empezó a cobrar vida entre sus manos, el movimiento de bombeo lo hacía crecer entre sus dedos y una sonrisa de satisfacción afloró en sus labios mirándolo a los ojos, la fase eréctil estaba conseguida. Verse con su miembro entre las manos de ella le provocó una gran excitación que no pasó inadvertida, ella respondió a  la misma volviendo a inclinarse sobre él buscando sus labios que encontró dispuestos una vez más; sobre él y con sus lenguas inmersas en una febril batalla, su mano aceleró el ritmo aplicado a un miembro caliente y húmedo al tiempo que los primeros suspiros escaparon de sus bocas.

Él le pidió que se quitara  la camisa, quería ver su piel desnuda, sentir su roce sobre él; con la mano libre soltó sus últimos botones y esta resbalo por sus hombros cayendo al suelo. La excitación había ido en aumento y  el experimento quedado en un segundo plano, llegados a aquel punto tan solo querían disfrutar de sus cuerpos rendidos a una pasión desenfrenada; sin dejar de agitar aquel báculo rígido cuya cabeza brillaba turgente a punto de estallar, ella buscó con la mano libre sus partes más íntimas y empezó a acariciarse sumida en una vorágine de excitación.


Aquellas sesiones amatorio-terapéuticas  se prolongaron durante algunos meses, en las noches que seguían a aquellas tardes de encuentros fugaces el insomnio no era tan baldío pues su mente revivía una y otra vez las escenas vividas unas horas antes. Recreándose en esos momentos de amor ficticio veía un amanecer tras otro con los ojos cerrados, nunca despertaba pues su mente inquieta le negaba el placer del sueño reparador y por tanto sus falsos despertares, no eran sino una continuación del amanecer que lo enfrentaba con una nueva jornada de hastío.

sábado, 7 de febrero de 2015

LA ANGUSTIA DE LO IMPROBABLE

Hay etapas en la vida en las que nunca ves la luz del sol, negros nubarrones se ciernen a tú alrededor amenazando con descargar sus vientres algodonosos, la impotencia del mal hacer ajeno y las consecuencias de ese mal hacer consentido te cortan la respiración, oprimiéndote el pecho a cada paso. La larga andadura por el camino erróneo, acaba llevándote a la perdición y en ese extravío vital, te sientes morir en vida; buscar atajos en lo imposible es querer que llueva café molido y ante lo improbable de que eso ocurra uno busca y busca alternativas en su cabeza.


Los conflictos se acumulan, las soluciones escasean y uno intenta refugiarse en un rincón de la mente, buscando un punto por el que evadirse de todo aquello que ha convertido su vida en un infierno; cada día está lleno de incertidumbres, la ausencia de noticias es casi peor que recibirlas y los rostros apagados de quienes gestaron el conflicto, no invitan a la esperanza. El ciclo que los llevó al éxito ha acabado y lo ha hecho de la forma más traumática, los días de gloria quedaron diluidos en un pasado lejano y hoy nada ni nadie recuerda aquellos tiempos.

Todo lo conseguido puede saltar por los aires el día menos pensado y sin decirlo, cada uno va preparando su estrategia; cuando la guerra está perdida solo queda una rendición honrosa pero ¿a qué precio? La angustia de lo improbable va haciéndose realidad con cada nueva jornada y solo un milagro puede darle la vuelta a la caótica situación; dado que los milagros no existen, solo queda seguir tapando grietas conscientes de que el agua sigue entrando amenazando con hundir el maltrecho barco.

Suele decirse que cuando las ratas empiezan a abandonar el barco es que este se hunde, las primeras han empezado a desfilar y sus hermanas cuando se percaten del angustioso éxodo, no tardarán en seguirlas y así, de este modo, sin ya tripulantes que remen en un barco que zozobra, este acelerará su muerte yéndose al fondo del océano sin opciones ya de ser reflotado.


Cuando todo va mal debemos tener la certeza de que las cosas aún pueden  empeorar, primero se hunde el barco y luego uno tras otro, se ahogan los náufragos. En estas situaciones en las que todo parece estar perdido, deben prevalecer la calma, el análisis, el ingenio y el valor, pero por muchos ingredientes que echemos en el puchero, siempre faltará uno que escapa a nuestro control sin el cual el guiso no fructificará. La búsqueda de opciones debe seguir aun cuando todo se crea perdido, a veces donde menos se espera surge la solución que muchas veces hemos tenido delante de nuestros ojos sin verla.

Si la esperanza es lo último que se pierde y dicen que mientras hay vida hay esperanza, quien nos dice que no vayamos a encontrar un atisbo de tranquilidad a la vuelta de la esquina, una ración de sosiego que nos permita coger impulso y seguir en la brecha; en los negocios como en las relaciones personales, siempre hay capacidad para la sorpresa, para lo inesperado, muchas veces tan solo hace falta el tiempo suficiente para que el hecho tenga lugar pero cada vez queda menos tiempo y este pasa muy deprisa.

Los periodos de calma suelen preceder a la tormenta y en esta el granizo amenaza con barrerlo todo en un instante, cuando tú única defensa es un paraguas maltrecho las posibilidades de salir bien librado son escasas; la precaria tela no será capaz de hacer frente a las andanadas que desde todos los frentes nos irán llegando. La táctica del avestruz tampoco nos sirve pues todo lo nuestro quedará expuesto a los dardos del sistema y estos si piedad alguna, se cebarán con lo que tanto costó conseguir.


Momentos de caos, un periodo que nadie supuso llegaría y para el que no estaban preparados, la vida sigue corriendo a su alrededor ajena al conflicto generacional que viven en silencio; las voces se alzan entre el grupo sacando las vilezas que llevamos dentro, el sálvese quien pueda está a punto de estallar y con él, todo el bagaje obtenido a lo largo de los años se irá por el pestilente sumidero sin nada  que pueda evitarlo.

De vuelta a la ciudad, el cielo se torna oscuro, los problemas vuelven a ganar intensidad y la angustia de lo improbable se instala de nuevo en nuestro interior; las noches volverán a ser eternas y el desconsuelo campará a sus anchas a nuestro alrededor. Nuevas reuniones se tendrán, nuevas propuestas se plantearán, nuevos conflictos surgirán y allí, alrededor de la misma mesa, unos personajes afligidos darán sus últimas bocanadas de aire antes de ahogarse con los vientos del otoño.