La mañana era calma y
soleada, el amanecer había jugado con las luces y las sombras un día más y el
mar se mantenía tranquilo como una gran piscina de bordes infinitos; como cada
jornada le gustaba madrugar y darse un baño en la bahía antes de irse a
trabajar, el agua templada de aquel rincón del Mediterráneo tonificaba sus
músculos y le ayudaba a cargar sus baterías orgánicas. La temporada estival
estaba a la vuelta de la esquina y pronto las playas se llenarían de gente,
sombrillas y toallas de colores; la arena inmaculada durante meses, perdería su
uniformidad siendo mancillada por miles de pisadas anónimas.
Aun no eran la ocho y sus
pies ya pisaban la arena buscando la orilla, el beso de espuma blanca apenas
era perceptible dada la calma chicha a esa hora de la mañana; el cielo huérfano
de nubes anunciaba un día luminoso donde el astro rey barrería con sus rayos
todo el litoral. Aquel pueblo costero era tranquilo la mayor parte del año, tan
solo los meses de verano multiplicaba por cinco su población y el consistorio
estaba preparándose para la avalancha anual, las playas habían pasado sus
correspondientes inspecciones de calidad y ya montaban sus pasarelas,
chiringuitos y demás mobiliario costero, en pocas semanas aquello sería un
hervidero de humanidad.
Sus pies pisaron la arena
húmeda notando su textura más firme y fría, una tras otra sus piernas avanzaron
a medida que el nivel del agua ascendía, cuando esta llegó a la altura de sus
muslos se giró y pudo ver el reflejo del sol en los ventanales de muchos
edificios, la mañana estaba empezando a cobrar vida. Avanzó un poco más y tras
un pequeño salto se lanzó hacia delante sumergiéndose en las aguas claras en
busca de las profundidades; a cierta distancia emergió a la superficie llenando
sus pulmones con aire limpio, tumbado de espaldas se dejó mecer por el suave
oleaje mientras su mirada se perdía en la inmensidad de un cielo azul.
En la orilla poco a poco el
día despertaba, algunos operarios trabajaban clavando los postes que más tarde
darían soporte a las sombrillas de paja, un poco más allá ataviados con ropa
deportiva, jóvenes y no tan jóvenes corrían a lo largo del paseo marítimo en un
afán por desentumecer sus músculos dormidos durante la pasada noche; la jornada
daba sus primeras pinceladas mientras él surcaba las aguas a brazo partido,
tras él una estela de agua arremolinada iba marcando de manera efímera su
trayectoria a medida que avanzaba. Era un ritual repetido cada mañana durante
la mayor parte del año, el clima benévolo de aquella región permitía
aventurarse en sus aguas casi de continuo y él se aprovechaba.
Siguió nadando despreocupado
como cada mañana, llegaría hasta la punta del espigón y regresaría, una buena
distancia a batir; el mar seguía en calma y por momentos el tiempo parecía
detenerse pero no era así, algo se movía a no mucha distancia de donde él batía
las aguas. Poco a poco había ido alejándose de la costa y la profundidad en ese
punto de la bahía era considerable aun así, la visibilidad era buena y se
apreciaba el fondo arenoso salpicado de formaciones rocosas plagadas de
corales; siempre le habían gustado aquellos fondos marinos en los que tantas
veces se había sumergido.
Iniciaba ya el regreso cuando
a pocos metros de donde se encontraba le pareció ver una sombra deslizándose
junto a él, detuvo su avance y quedó expectante a la espera de volver a verla y
averiguar de que se trataba, miró en torno suyo, se sumergió escudriñando el
fondo marino y sus alrededores pero no vio nada que llamara su atención, volvió
a emerger y nada a la vista, concluyó que el reflejo del sol le había jugado
una mala pasada haciéndole creer ver lo que en realidad no había, así pues
siguió nadando sin darle mayor importancia cada vez más cerca de la costa.
Llevaba ya un buen trecho
recorrido habiendo superado la boya que marcaba el límite de los cien metros
hasta la orilla cuando tras él apareció una aleta, recta, oscura, triangular, afilada
como una cuchilla cortaba el agua en su dirección; brazada tras brazada él
continuaba su camino cada vez más cerca de la orilla ajeno a lo que rondaba a
su alrededor. El sol seguía brillando en lo alto y la mañana era espléndida
pero la placidez de aquel mar en calma ya no era la misma, una amenaza
desconocida rondaba por el entorno y en cualquier momento podía dar un vuelco a
los acontecimientos: mientras tanto él seguía despreocupado disfrutando de su
baño matutino el cual dado el tiempo que llevaba, estaba a punto de concluir.
Daba unas brazadas más cuando
algo rozó su pierna, fue un contacto breve, áspero, casi fugaz; se detuvo y
buscó que o quien le había tocado un tanto inquieto debido al sobresalto, miró
a su alrededor y no vio nada en la superficie que pudiera justificar aquel
contacto, metió la cabeza bajo el agua y oteó las profundidades, tampoco, nada
hasta donde le alcanzaba la vista, algún plástico o resto de alga —pensó
para sus adentros— y siguió nadando pero su subconsciente
activó el modo alarma, aún estaba lejos de la orilla y empezaron a
entrarle las prisas por poner los pies en la arena.
Aceleró el ritmo de brazada
en un intento por acortar el tiempo hasta su objetivo, el cansancio empezaba a
notarse y la efectividad de su avance ya no era la misma cuando a unos cinco
metros frente a él, emergió nuevamente un amenazante triángulo oscuro de
considerables dimensiones. Por un momento se quedó petrificado, por el tamaño
de la aleta aquel ser debía ser enorme, mucho mayor que él, y se encontraba a
su merced; intentó controlar su pánico y buscar alternativas que pudieran
evitar lo inevitable, se sumergió para ver mejor a su adversario y lo que vio
no lo tranquilizó.
Aquel tiburón debía de medir
unos cuatro metros, su lomo gris salpicado de manchas más oscuras le daba un
aspecto atigrado y lo identificaba como uno de los más voraces y peligrosos
pero ¿Qué demonios hacía un bicho como aquel en aguas de la bahía? Estaba claro
que se había equivocado de mar y de costas y él iba a ser la víctima expiatoria
de aquella nefasta equivocación. Intentó seguir nadando haciendo el menor
movimiento posible y siempre sin perder de vista aquella inquietante aleta, por
momentos pensó que lo conseguiría pues las distancias entre ambos se mantenían
y la costa estaba cada vez más cerca.
Rondaba a su alrededor quizás
preparando el momento para atacar, quizás valorando las fuerzas del
contrincante; poco a poco él iba acercándose a la orilla pero la distancia se
hacía eterna y la tensión amenazaba con paralizar sus músculos. En un momento
dado perdió de vista la aleta, se sumergió esperando ver venir al monstruo
sobre él pero no lo vio, por más que mirara en todas direcciones no consiguió
vislumbrar la temible silueta y eso aún le preocupaba más, sabía, por lo que
había visto en las películas, que el ataque era rápido y podía ser mortal.
El escualo no volvió a
aparecer, desapareció en la profundidad del mar cuando él ya se sentía perdido,
poco después de tan aterradora experiencia ponía los pies en tierra firme
cansado, muy cansado. Nunca olvidaría el baño de mar de aquella mañana en la
que llegó a pensar sería la última.