sábado, 28 de junio de 2014

BAÑOS DE MAR

La mañana era calma y soleada, el amanecer había jugado con las luces y las sombras un día más y el mar se mantenía tranquilo como una gran piscina de bordes infinitos; como cada jornada le gustaba madrugar y darse un baño en la bahía antes de irse a trabajar, el agua templada de aquel rincón del Mediterráneo tonificaba sus músculos y le ayudaba a cargar sus baterías orgánicas. La temporada estival estaba a la vuelta de la esquina y pronto las playas se llenarían de gente, sombrillas y toallas de colores; la arena inmaculada durante meses, perdería su uniformidad siendo mancillada por miles de pisadas anónimas.

Aun no eran la ocho y sus pies ya pisaban la arena buscando la orilla, el beso de espuma blanca apenas era perceptible dada la calma chicha a esa hora de la mañana; el cielo huérfano de nubes anunciaba un día luminoso donde el astro rey barrería con sus rayos todo el litoral. Aquel pueblo costero era tranquilo la mayor parte del año, tan solo los meses de verano multiplicaba por cinco su población y el consistorio estaba preparándose para la avalancha anual, las playas habían pasado sus correspondientes inspecciones de calidad y ya montaban sus pasarelas, chiringuitos y demás mobiliario costero, en pocas semanas aquello sería un hervidero de humanidad.

Sus pies pisaron la arena húmeda notando su textura más firme y fría, una tras otra sus piernas avanzaron a medida que el nivel del agua ascendía, cuando esta llegó a la altura de sus muslos se giró y pudo ver el reflejo del sol en los ventanales de muchos edificios, la mañana estaba empezando a cobrar vida. Avanzó un poco más y tras un pequeño salto se lanzó hacia delante sumergiéndose en las aguas claras en busca de las profundidades; a cierta distancia emergió a la superficie llenando sus pulmones con aire limpio, tumbado de espaldas se dejó mecer por el suave oleaje mientras su mirada se perdía en la inmensidad de un cielo azul.

En la orilla poco a poco el día despertaba, algunos operarios trabajaban clavando los postes que más tarde darían soporte a las sombrillas de paja, un poco más allá ataviados con ropa deportiva, jóvenes y no tan jóvenes corrían a lo largo del paseo marítimo en un afán por desentumecer sus músculos dormidos durante la pasada noche; la jornada daba sus primeras pinceladas mientras él surcaba las aguas a brazo partido, tras él una estela de agua arremolinada iba marcando de manera efímera su trayectoria a medida que avanzaba. Era un ritual repetido cada mañana durante la mayor parte del año, el clima benévolo de aquella región permitía aventurarse en sus aguas casi de continuo y él se aprovechaba.

Siguió nadando despreocupado como cada mañana, llegaría hasta la punta del espigón y regresaría, una buena distancia a batir; el mar seguía en calma y por momentos el tiempo parecía detenerse pero no era así, algo se movía a no mucha distancia de donde él batía las aguas. Poco a poco había ido alejándose de la costa y la profundidad en ese punto de la bahía era considerable aun así, la visibilidad era buena y se apreciaba el fondo arenoso salpicado de formaciones rocosas plagadas de corales; siempre le habían gustado aquellos fondos marinos en los que tantas veces se había sumergido.

Iniciaba ya el regreso cuando a pocos metros de donde se encontraba le pareció ver una sombra deslizándose junto a él, detuvo su avance y quedó expectante a la espera de volver a verla y averiguar de que se trataba, miró en torno suyo, se sumergió escudriñando el fondo marino y sus alrededores pero no vio nada que llamara su atención, volvió a emerger y nada a la vista, concluyó que el reflejo del sol le había jugado una mala pasada haciéndole creer ver lo que en realidad no había, así pues siguió nadando sin darle mayor importancia cada vez más cerca de la costa.


Llevaba ya un buen trecho recorrido habiendo superado la boya que marcaba el límite de los cien metros hasta la orilla cuando tras él apareció una aleta, recta, oscura, triangular, afilada como una cuchilla cortaba el agua en su dirección; brazada tras brazada él continuaba su camino cada vez más cerca de la orilla ajeno a lo que rondaba a su alrededor. El sol seguía brillando en lo alto y la mañana era espléndida pero la placidez de aquel mar en calma ya no era la misma, una amenaza desconocida rondaba por el entorno y en cualquier momento podía dar un vuelco a los acontecimientos: mientras tanto él seguía despreocupado disfrutando de su baño matutino el cual dado el tiempo que llevaba, estaba a punto de concluir.

Daba unas brazadas más cuando algo rozó su pierna, fue un contacto breve, áspero, casi fugaz; se detuvo y buscó que o quien le había tocado un tanto inquieto debido al sobresalto, miró a su alrededor y no vio nada en la superficie que pudiera justificar aquel contacto, metió la cabeza bajo el agua y oteó las profundidades, tampoco, nada hasta donde le alcanzaba la vista, algún plástico o resto de alga pensó para sus adentros— y siguió nadando pero su subconsciente activó el modo alarma, aún estaba lejos de la orilla y empezaron a entrarle las prisas por poner los pies en la arena.

Aceleró el ritmo de brazada en un intento por acortar el tiempo hasta su objetivo, el cansancio empezaba a notarse y la efectividad de su avance ya no era la misma cuando a unos cinco metros frente a él, emergió nuevamente un amenazante triángulo oscuro de considerables dimensiones. Por un momento se quedó petrificado, por el tamaño de la aleta aquel ser debía ser enorme, mucho mayor que él, y se encontraba a su merced; intentó controlar su pánico y buscar alternativas que pudieran evitar lo inevitable, se sumergió para ver mejor a su adversario y lo que vio no lo tranquilizó.

Aquel tiburón debía de medir unos cuatro metros, su lomo gris salpicado de manchas más oscuras le daba un aspecto atigrado y lo identificaba como uno de los más voraces y peligrosos pero ¿Qué demonios hacía un bicho como aquel en aguas de la bahía? Estaba claro que se había equivocado de mar y de costas y él iba a ser la víctima expiatoria de aquella nefasta equivocación. Intentó seguir nadando haciendo el menor movimiento posible y siempre sin perder de vista aquella inquietante aleta, por momentos pensó que lo conseguiría pues las distancias entre ambos se mantenían y la costa estaba cada vez más cerca.


Rondaba a su alrededor quizás preparando el momento para atacar, quizás valorando las fuerzas del contrincante; poco a poco él iba acercándose a la orilla pero la distancia se hacía eterna y la tensión amenazaba con paralizar sus músculos. En un momento dado perdió de vista la aleta, se sumergió esperando ver venir al monstruo sobre él pero no lo vio, por más que mirara en todas direcciones no consiguió vislumbrar la temible silueta y eso aún le preocupaba más, sabía, por lo que había visto en las películas, que el ataque era rápido y podía ser mortal.


El escualo no volvió a aparecer, desapareció en la profundidad del mar cuando él ya se sentía perdido, poco después de tan aterradora experiencia ponía los pies en tierra firme cansado, muy cansado. Nunca olvidaría el baño de mar de aquella mañana en la que llegó a pensar sería la última.

sábado, 21 de junio de 2014

EL VERANO YA ESTÁ AQUÍ

Las palmeras se mecían al son de la brisa veraniega de poniente, el calor iba aumentando por momentos y ya sobrepasaba los treinta grados pero a ellos no les importaba; atrincherados tras sus cervezas heladas disfrutaban de las vistas de la bahía sin prisas y relajados, las vacaciones acababan de empezar. Largas semanas de asueto se abrían ante ellos sin horarios ni obligaciones, cada día sería distinto o igual pero no importaba, tras un largo invierno y una primavera irregular se echaba de menos el mar, el sol, la bahía.

Aquel local era su punto de reunión, unas veces acudían juntos, otras por separado, allí se daban los buenos días y en muchas ocasiones también las buenas noches. Casi todos los veranos transcurrían por los mismos derroteros pero ellos no querían más, estaban bien así no obstante,  siempre había alguna sorpresa, unos años una cara nueva, en otros una visita inesperada… Esa motivación extra endulzaba aún más si cabe, la estancia en el pequeño pueblo costero que cada verano se transformaba en una metrópoli turística.

Se preparaba una de las muchas cenas que llevarían a cabo ese verano, el lugar elegido un restaurante en el paseo marítimo especializado en pescados y mariscos de la tierra, serían los de siempre, quizás alguno más apuntado a última hora; ya veían en sus mentes las bandejas repletas de frutos del mar cubriendo los manteles blancos, las cervezas y la sangría correrían por sus gargantas mitigando los calores de aquellas noches alegres y desinhibidas mientras a escasos metros de su mesa, el mar bañaría mansamente la arena dorada de la bahía.

Y también estaban las horas de baño previas a las primeras cervezas o cafés con leche, reunidos sobre el entablillado y buen recaudo del sol bajo un sombrajo, íbamos acudiendo como miembros de una secta para adorar al inmenso mar; allí charlábamos y nos contábamos los últimos chismes, unos se bañaban, otros tomaban el sol, algunos perdían la mirada en bustos generosos y caderas bien esculpidas, y así, poco a poco, iba pasando la mañana hasta la hora de trasladarnos a nuestra mesita frente al mar, en el establecimiento al que éramos asiduos y allí empezar un ansiado aperitivo a base de patatas fritas, olivas, fingers de queso y mucho, mucho líquido fresco que era agradecido por nuestras resecas gargantas.


Las sobremesas eran lo habitual en verano, la mayoría se decantaba por la típica siesta del borrego, otros deambulaban por el apartamento con poco hacer y menos esperar, veíamos películas o escribíamos odas al viento; hacia las siete todo se ponía en marcha de nuevo y paulatinamente el paseo se iba llenando de gente. Empezaban las horas de andar o rodar, según se mire, largas caminatas para desentumecer los músculos tras el sobe postpandrial eran lo cotidiano, hasta la escollera y de vuelta al otro extremo de la bahía, cerca de siete kilómetros sorteando gente, niños, tenderetes y abundantes top manta.

La arena era otro mundo, por ella no corría el tiempo y las gentes que en ella habitaban se desentendían de horarios y relojes; próximos al paseo marítimo, improvisados campos de fútbol atraían a un público desganado que perdía unos minutos observando a la chiquillería correr tras el balón. Unos metros más hacia el mar, toallas, hamacas y sombrillas se alternaban salpicando la arena de color y carne húmeda, alguna gaviota se aventuraba sobre la franja de olas a la espera de poder llevarse algún bocado al coleto.

Era el verano, tiempo de relax y aventuras, de reencuentros e imágenes olvidadas, de acciones y hábitos aparcados durante muchos meses; cada uno distinto y similar al anterior pero todos ellos esperados, todo el mundo tiene puestas ilusiones en el próximo verano, vacaciones, viajes, abandono de normas, pieles acariciadas por el sol, baños nocturnos en el mar, batidos de chocolate al caer la tarde… En un tiempo aventuras amorosas bajo la mirada de la luna, pieles calientes buscándose mutuamente, gemidos de placer en la arena o entre las sábanas de una torre de marfil.


El verano, periodo soñado por muchos que cruza como un suspiro por nuestras vidas dejando atrás historias, imágenes, momentos mágicos; con cada estación estival los cantos de sirena nos atraen hacia sus costas y allí nos embrujan durante semanas un año tras otro. Es el verano y pronto volveremos a disfrutarlo.

sábado, 14 de junio de 2014

CUANDO TODO FALLA

La luz se torna oscuridad, los negros y grises sustituyen a los blancos limpios e inmaculados, la paz del espíritu se turba y nada sale bien; cuando todo falla a nuestro alrededor no queda más que aguantar, resistir, como bien se dice no hay mal que cien años dure…ni cuerpo que lo resista. Hay épocas del año, normalmente coincidiendo con algunos cambios estacionales, en los que todo va a la deriva en nuestro entorno próximo, pensamos que nos han echado un mal de ojo pues todo se confabula en contra nuestra y en ese estado de disgusto baladí rozamos la desesperación.

Con la llegada del verano preparamos nuestras segundas residencias, aireamos sus dependencias a veces tras muchos meses cerradas, y lo dejamos todo listo para pasar una larga temporada de asueto y relajación; lo que en principio pensamos va a ser un mero traslado de residencia, en ocasiones se convierte en una interminable carrera de obstáculos donde todo se complica y deja de funcionar.

Vamos a ducharnos y el termo no funciona ¿Qué le pasa al jodido termo? Luego vendrá el técnico y nos explicará que tantos meses parado y con el agua sin correr se ha acumulado la cal obstruyendo tubos y deposito, conclusión el termo pesa un huevo y esta muerto y eso significan 400 € del ala nada más empezar las ansiadas vacaciones, de un plumazo a tomar por el saco unas cuantas mariscadas y batidos.

Pasado el trago unos días después estás lavándote las manos despreocupado en un baño y al ir a salir notas un ¡chop chop! en los pies, joder de donde sale esta agua, con todo el suelo enguarrado por el agua mezclada con la arenilla de las zapatillas, te agachas a investigar donde puede estar la fuga, el sifón, coño a llamar al fontanero otra vez. Y este una vez más nos explica que la soleta reseca por falta de uso se ha agrietado y pierde, 50 € más y adiós a unas cuantas cervezas.

Una mañana te levantas y vas a tomarte un vaso de leche a la cocina, hueles algo raro y al mirar a tú alrededor la vista se te va hacia la nevera, la abres y el tufo te tira de espaldas, en el suelo una aguilla incipiente en torno al preciado electrodoméstico revela signos de una sospechosa descongelación, hostia la nevera por el aire, miedo da llamar al técnico.

Estás a punto de tirar la toalla, no das descanso a la tarjeta y las reservas se tambalean y a penas llevas una semana de ¿vacaciones? Eso es un sin vivir continuo ¿Qué será lo próximo en desfallecer? Uno mismo quizás, a la vista de tanto despropósito, el mal de ojo es un hecho, no es posible tanta mala suerte en un espacio tan breve de tiempo, algo o alguien te quiere mal.

Harto de la casa y todos sus desmanes bajas al garaje, puede que una vuelta en el coche te despeje y calme tus ánimos; abres la puerta y te sientas, cierras los ojos y respiras hondo en un intento por dejar atrás  el caos doméstico en el que se han convertido aquellos días tan deseados, introduces la llave y le das al contacto. Un sonido sordo a modo de tos seca llega hasta tus oídos al tiempo que una vibración apagada sacude todo tú cuerpo, vuelves a intentarlo, más de lo mismo, aquello no arranca, la mala leche sube por tus sienes y sientes que la cabeza te va a estallar, lo intentas una vez más y otra más, nada; sales del coche y abres el capó, miras sin ver pues no tienes ni puta idea de lo que ves pero intuyes que puede ser la batería. Ahora le toca  el turno a la puta batería.


Lo dicho, cuando todo falla solo queda aguantar, resistir y… resignarse.

viernes, 6 de junio de 2014

CIELO O INFIERNO

Ya es triste que después de toda una vida haciendo malabarismos para mantener un equilibrio coherente con el entorno en que cada uno vive, después de todo un recorrido con más o menos sinsabores en nuestro cotidiano caminar, después de superar etapas amargas y disfrutar de otras más benévolas… llegues al final de tus días y te encuentres con la tesitura de tener que decidir donde gozar de esa supuesta eternidad de la que tanto nos han hablado en vida. Por lo que parece al final del camino este se bifurca en dos según nos vienen diciendo desde niños, en función de nuestros actos a lo largo de nuestra vida ese camino seguirá su curso bien por una autopista confortable y bien asfaltada o bien por un camino tortuoso lleno de baches y curvas vertiginosas; que nadie caiga en el error de tomar estas alegorías eclesiásticas a pies juntillas pues a día de hoy, aún no se dé nadie que haya podido ver con sus propios ojos o los de su alma, los carteles indicativos de ambas direcciones y mucho menos hayan tenido la posibilidad de elegir qué camino tomar si este realmente existe cosa que dudo, bueno no, estoy convencido de que es una ilusión para entretener al personal.

Visto como está el patio y los individuos que por él deambulan, me cuesta creer que todos estos estirados de traje a medida y buenos modales tengan el lugar que les corresponde una vez alcanzado el ansiado limbo; a mi corto entender elucubro que ese incierto limbo debe ser como la nube virtual tan de moda en nuestro tiempo, allí cabe de todo sin importar su condición, allí nadie sabe quién o cómo se organiza el espacio, cuales son las preferencias, prioridades o requisitos para acceder, tan solo subes y ahí te quedas hasta que algo o alguien te reclame. Se supone que ese cielo o infierno divide a los buenos de los malos, a los pulcros de los traviesos, a los rectos de los torcidos, a los limpios de corazón de las almas oscuras y tenebrosas; que nadie piense que allí se nos espera o al menos se nos espera con interés, que nadie crea ir a encontrar cuarenta vírgenes o fornidos boys haciéndonos la ola en señal de bienvenida, nadie tiene un lugar reservado a la diestra del jefe o del fogón, nada de querubines alados ambientando el limbo con los acordes de sus harpas o flautines, nada de algarabía festivalera y pieles húmedas; ni en uno ni en otro sitio hay nada de lo que uno a priori pudiera llegar a pensar así que mejor partir sin planes preconcebidos.


Así pues como al principio se decía, a la hora de coger ese último tren mejor ir con lo puesto, una vez apagada la última chispa de vida bien a través del fuego o de inmundas larvas gelatinosas, entraremos en lo que se supone es una nueva dimensión, un nuevo estado, el inicio de un nuevo recorrido cuyo destino está aún por determinar. Puestos a elegir todo el mundo se va confiando en llegar al cielo pero ¿acaso es ese el sitio más adecuado? podríamos preguntarnos; si los hombres de ciencia por lo general son agnósticos, las gentes del espectáculo llevan una vida disoluta, las mujeres de la vida viven en supuesto pecado, la banca se ensaña con los pueblos, los militares se saltan más de un mandamiento… ¿Qué nos queda entonces para llenar ese bucólico limbo? ¿Peregrinos, anacoretas, santones, célibes y gentes de clausura? Almas de triste deambular y poco más. Esa nube celestial a la que las gentes de buen corazón llegan limpios de polvo y paja, debe ser un remanso de paz y miradas puras aderezado con músicas sacras y bailes castos donde la pulcritud y el sosiego deben imperar in eternum, es en ese lugar de dimensiones infinitas y horizontes imposibles donde pedigüeños de almas limpias y constreñidas, sin un mal pecadillo a sus espaldas, se arrastran por los plácidos prados del paraíso celestial disfrutando de su ansiada y aburrida eternidad.

Una alegría apagada inunda las sonrisas de esas almas serviles que tras una vida de sacrificios y privaciones, buenas obras y mejores sentimientos, de darse a los demás sin por ello dejarse dar…o quizás también, consiguen por fin llegar al paraíso prometido pero una vez en él, no pueden evitar dudar de la bondad del lugar. ¿Cómo se estará en el otro lado? Se preguntan unos y otros, ¿qué  tipo de eternidad será la vivida en eso que llaman infierno? Por descarte allí deben ir a parar el resto de los mortales, aquellos cuyas obras en vida no adquirieron el mérito suficiente para ser recibidos en el reino de los cielos, aquellos que torcieron el camino o se adentraron por atajos saltándose la moral y el bien hacer, los egoístas, envidiosos, los amigos de lo ajeno, los adúlteros, evasores, timadores, mentirosos y otras aves de corral; todos ellos como una gran hermandad entonarán desde el averno cánticos y salmos diabólicos que acompañarán su caos infernal, dando algo de vidilla a su candente transcurrir por las sombras de su destino.


Existe una creencia, no sé si cierta, en la cual se habla de la continua fiesta y desenfreno en el que viven los inquilinos del submundo tenebroso, cuyos vapores sulfurosos impregnan un ambiente viciado de efluvios malsanos y adictivos en el cual, las almas atormentadas danzan y danzan desinhibidas entre brumas y chorros de vapor, el brillo de sus pieles húmedas los incita a aumentar el pecado que hasta allí los llevó, las miradas lascivas inyectadas en vicios inconfesables son la tónica en esa multitud de rostros autómatas que buscan el placer a cualquier precio sin importarles donde o con quien encontrarlo. En la fiesta de los condenados nadie escapa a la orgía de los sentidos y una vez perdido el pudor de los primeros momentos, cada uno saca los instintos más primitivos de su ser imperando lo peor de cada alma allí condenada; el submundo del placer sin sentimientos que lo canalicen se convierte en el reino del mal, un mal alegre pero mal al fin y al cabo, un reino necrófilo que se alimenta y recicla con las masas de seres titubeantes que van llegando a diario para cumplir su condena eterna.

Arriba, en las alturas, el plácido prado de nubes algodonosas es el escenario de un transcurrir melifluo y sin sobresaltos, tanta es la bondad del lugar y tanta la tranquilidad que allí impera que la sangre llega a espesarse y las almas que por allí deambulan son de lento reaccionar, un manto invisible de sosiego y mansedumbre se instala sobre todos aquellos que por sus buenas obras accedieron al reino de los cielos pero en el fondo de sus almas se aburren, se aburren mucho y para su desgracia saben a ciencia cierta que seguirán haciendo por toda la eternidad y es entonces cuando sus mentes empiezan a atormentarse ante la duda de si habrá valido la pena tanta corrección en su precaria vida terrenal, si habrá compensado tanto sacrificio y renuncia, tanta negación ante la tentación continua que la vida les presentaba….


Y mientras los de arriba dudan sobre el lugar al que les ha tocado acceder, los de abajo siguen inmersos en fuegos de artificio, humos de colores, aromas embriagadores, cuerpos desinhibidos y placeres por descubrir sin llegar a preguntarse si aquello es una fiesta de recepción o la antesala del verdadero infierno pues como decía el chiste “para que la gente acuda primero hay que promocionarse, luego tiempo habrá para conocer los detalles”.

Como decidirse llegado el momento, desde siempre se nos ha enseñado que lo bueno va al cielo y lo malo a los infiernos pero la decisión es difícil pues en uno u otro sitio pasaremos nuestra particular eternidad; el verdadero aventurero es aquel que sin miedo y sin mirar atrás, se lanza a lo desconocido en alas de alcanzar sus sueños, muchas veces si se pensara fríamente las posibles consecuencias uno no arrancaría y se dejaría llevar por la seguridad de lo conocido pero en este último viaje no hay vuelta atrás, es un final y un principio a la vez y al igual que al nacer, partimos desnudos, sin nada sobre nuestras espaldas, sin conocimientos previos sobre lo que encontraremos en nuestro camino…

Cielo o infierno, dos caras de la misma moneda, dos aspectos de la misma vida, dos consecuencias de un mismo comportamiento, dos conceptos de una misma mentira y mientras se decide hacia cuál de ellos iremos, oímos en la lejanía un murmullo solemne con tintes eclesiásticos que retumba en las placas de mármol que cubren las paredes de un templo cualquiera en el cual, gentes que estuvieron en nuestro entorno, próximas o lejanas, suspiran compungidas con ojos vidriosos o sonrisas satisfechas en un último adiós hacia aquel que reposa unos metros más allá junto a un austero altar tras el cual, un maestro de ceremonias cualquiera pronuncia palabras de consuelo y resignación alabando las virtudes del finado así como las bondades de ese mundo que se abre ante nosotros y al que estamos a punto de viajar.

Llegado el momento dará igual quienes hayamos sido puesto que la línea de salto será la misma para todos, el camino que se abre ante nosotros igual de incierto, los temores a lo desconocido igual de angustiosos y por tanto a priori, todos partimos en similares condiciones; la edad, la causa del éxitus, el lugar o época del año en que este se produzca no cuentan, nada en ese momento tiene influencia ya pues el destino final está marcado y solo los hechos acontecidos a lo largo de la vida y la actitud y acciones durante la misma, habrán sido los condicionantes que marcarán que dirección tomar tras cruzar esa última puerta.

Por otro lado lo más probable y por lo que el sentido común me inclina a pensar, tras esa línea entramos en un vacío total en el que no existe la materia y como tal, la nada se adueña del todo y en ese todo vacío nada es lo que nos han contado, nada es lo que hay esperándonos y nada lo que pueda influirnos; fiestas, bacanales, querubines alados o verdes prados infinitos, nubes de algodón o calderos incandescentes, espiritualidad o lujuria, luz u oscuridad… todo da igual, con nuestra desintegración habremos pasado a formar parte del cosmos y en ese universo sin límites, flotaremos perdidos en una plácida ingravidez de la que nadie logra escapar.


Lo que no vivas aquí no esperes hacerlo allí y como suele decirse “lo que va delante va delante y luego ya no podrán quitarme lo bailaó” así que bailar, bailar malditos…..que la fiesta se acaba e igual luego no hay premio.