Empezó como
un juego. Aquellas mañanas en las que ella venía por casa eran esperadas por él
de manera especial; siempre imaginaba como llegaría vestida ese día aun a
sabiendas de que unos pantalones ajustados eran fijos en su indumentaria. Nunca
la había visto con faldas o vestidos pero intuía que cuando los llevara
causaría sensación, quizás era una apreciación un tanto exagerada no obstante
el no haber tenido nunca la oportunidad de comprobarlo le llevaba a idealizar
tal situación. De manera sutil cada mañana él la hacía partícipe de la
impresión que le causaba, casi siempre elogiando la elección de su atuendo a lo
que ella siempre apostillaba con algún pero o defecto ficticio; era su forma de
contrarrestar sus piropos subliminales.
Él no se
cansaba de mirarla y ella se dejaba mirar aun haciendo como que no se daba
cuenta, sabía de la atracción que ejercía sobre él y le gustaba aquella
situación de hecho, últimamente tardaba más de la cuenta en elegir el vestuario
que se ponía los días que iban a verse y aunque la situación no lo requería,
también prestaba una atención especial en la elección de su ropa íntima. Una
mañana más ella llegó puntual a su cita, el ceremonial se repetía cada día
siguiendo un protocolo no escrito que ella conocía bien, él ansiaba rodearla
con sus brazos y darle los buenos días.
Su juego de
curvas lo tenía hipnotizado; caderas, pechos, muslos y cintura, aquel cuerpo
era un prodigio arquitectónico que difícilmente pasaba inadvertido y tenerlo
moviéndose a su alrededor lo sumía en un éxtasis de sensaciones continuas y
cada vez más difíciles de controlar. Le gustaba aquella mujer y su deseo por
ella había ido aumentando en los últimos tiempos de manera incontrolada aun a
sabiendas de la no conveniencia de sobrepasar el límite que había entre ellos.
Sus
chaquetas de cuero le daban un punto rebelde, a lo que contribuía en gran
medida una melena desigual en la cual una mecha siempre le cruzaba la frente
como parte de su look particular; ese aire desenfadado pero bien estudiado, lo
ponía a tope y su imagen en conjunto estaba grabada a fuego dentro de su cabeza
sin poder desprenderse de ella un solo instante.
Llegaba cada
mañana a la misma hora, él la esperaba ansioso por verla una vez más, envuelto
en una sábana preparaba el primer café del día haciendo tiempo para que ella
hiciera su aparición en el video portero. En las últimas semanas la relación
entre ambos había cambiado y sus contactos iban más allá; una vez en casa y
tras quitase la chaqueta se abrazaba a él buscando el calor de su cuerpo al
tiempo que sus labios se fundían en un largo beso de buenos días. Él la apretaba
contra si notando sus pechos en contacto con su torso desnudo mientras sus
manos recorrían su espalda, su cintura, bajando hacia sus nalgas de diosa prisioneras
de unos jeans muy ajustados; ese primer abrazo del día sabía a gloria y muchas
veces era el preludio de una mañana caliente.
Esa noche la
había soñado descarada y atrevida, como una gata en celo loca de amor lo poseía
del mil maneras y él se dejaba hacer controlando sus embestidas al ritmo que
ella marcaba; ambos sabían cómo prolongar la llegada del clímax pero ella era
una maestra en los preámbulos hasta llegar a él. Jadeos, gemidos, gruñidos y
algún grito salían de sus gargantas a medida que sus cuerpos se entregaban en
una amalgama de pieles calientes y húmedas; sus manos acariciaban, exploraban,
presionaban o se introducían en el otro buscando el placer mutuo sin límites ni
líneas rojas, todo estaba permitido en aquel campo de batalla en donde el amor
a través de un sexo desinhibido siempre salía vencedor.
Aquel martes
llegó temprano, él aún estaba en la cama
y como el último día se había llevado
llaves no necesitó llamar; hacía tres meses que su relación había empezado a
consolidarse y ella venía dispuesta a celebrarlo a pesar de lo intempestivo de
la hora, tenía toda la mañana para cumplir su deseo y no pensaba dejarlo salir
de la cama. Tras despojarse de su cazadora y colgar el bolso en un perchero
entró en su habitación, él la miró desde la cama con una sonrisa viendo como
esta empezaba a desabrochar los botones de sus jeans devolviéndole la sonrisa.
Una vez
liberada de aquellos ajustados pantalones la camisa entreabierta le llegaba a
mitad de los muslos, por debajo de esta sus largas piernas pálidas como la
nieve mostraban unos contornos perfectos acabando dentro de unos calcetines azules,
su larga melena de pelo muy liso castaño oscuro le caía sobre los hombros
cubriéndole media espalda, le encantaba aquel pelo de corte desigual cuya
textura era como la seda, verla con el alborotado cruzándole la cara le daba un
atractivo arrebatador, el mismo que tenía en esos momentos.
Acabó de
quitarse la camisa y en dos zancadas de sus largas piernas se plantó junto él
que ya la esperaba con las sábanas abiertas, ver aquel cuerpo de porcelana cubierto
tan solo por un conjunto de ropa interior color café resaltando su piel clara
lo ponía a cien; ágil como una pantera saltó sobre la cama acurrucándose junto
a él al tiempo que buscaba sus labios para sellar un prometedor buenos días.
Así eran sus
mañanas de amor, las esperaba ansioso y las disfrutaba sin límites entregando
su cuerpo y recibiendo el de ella, dando rienda suelta a la pasión que ambos
sentían.