Un buen día, en un lugar cualquiera, alguien escupe la
semilla que ha ido gestando durante nueve largos meses; en ese momento entre
llantos, sangre y otros fluidos corporales un nuevo ser ve la luz en este
planeta llamado Tierra, probablemente el lugar en el que lo haga marcará su
existencia. El moreno cabezón de brazos enclenques y vientre hinchado tendrá
los días contados, en cambio el rubio de ojos claros mofletudo y regordete como
un querubín de los que pintaba Murillo tendrá una vida plácida… o no.
La vida es una lotería en la que todos jugamos pero pocos
obtenemos premio, del bombo de la fortuna muchos ya salen malogrados, nadie es
igual y a la vez nadie es distinto pues por todos corre un caudal sanguíneo, a
veces flojo y ahorchatado, que nutre cada célula del envase orgánico que nos ha
tocado ocupar. Las formas de ese envase son muchas y muy variadas en aspecto,
tamaño, color y proporciones por lo que a pesar de la similitud existen grandes
diferencias las cuales en ocasiones también marcan la trayectoria vital del
individuo.
Y ahora estamos en la playa en el declive de un nuevo verano,
hace cuatro días como quien dice estaban llegando en masa las gentes
ilusionadas ante la perspectiva de las ansiadas vacaciones, hoy con la cabeza
cacha empacan sus enseres estivales y resignados ponen rumbo a sus ciudades de
origen para iniciar un nuevo e incierto año laboral. Atrás quedan los baños de
mar, los paseos por la playa, los helados en las terrazas, las siestas de
tumbona, las verbenas y los aperitivos de bañador; la vida pasa y tan solo
somos un eslabón de la cadena insignificante y prescindible el cual llegado el
momento, es sustituido y olvidado.
Caminas por lugares hasta hace poco abarrotados de gente los
cuales han quedado desiertos en un sinsentido difícil de explicar, la ciudad de
los miles de turistas se convierte de un día para otro en una ciudad fantasma,
solitaria y en silencio en la que apenas ves a unos pocos afortunados
deambulando sin rumbo por el largo paseo marítimo. Las piscinas quedan en el
olvido, la actividad playera deja de existir, el ocio desaparece y con él las
luces y las músicas que han inundado el ambiente; todo se enquista y se prepara
para hibernar durante largos meses durante los cuales la bahía seguirá
respirando, regenerándose para una nueva etapa estival en la que como cada año,
se verá invadida por miles de intrusos llegados de todas partes que mancillaran
su manto de arena y sus aguas cristalinas.
Esos cuerpos blancos y aceitosos pasarán a pieles sonrosadas
y más tarde a morenas con cientos de tonalidades, sus risas bobaliconas y
desenfadadas se oirán en toda la bahía acompañando al grito de las gaviotas.
Así pues algunos envases orgánicos, conocidos como cuerpos, tienen la suerte de
poder disfrutar de unos días de asueto, unos junto al mar y otros en la
montaña, pero todos ellos con el beneplácito de una naturaleza que les ha sido
favorable y benévola al haberles permitido eclosionar en tierras civilizadas en
la que su paso por la vida será cuanto menos ACEPTABLE.
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