Así
estaba Juanillo Suárez aquel primero de
octubre, el eccema en sus partes nobles le obligaba adoptar la postura de la uve invertida, era
la única forma de que sus colgajos en carne viva desde hacía días, no rozaran
con los muslos pues el más mínimo contacto de sus pieles lo hacía ver las
estrellas. Aquellas inmundicias sexuales estaban inflamadas y tenían mal color,
el miembro viril, lozano y orgulloso en otros tiempos, ahora presentaba un
aspecto lamentable y era de mirar triste; todo había comenzado con un picazón
tempranero hacía unos cuantos amaneceres, sin una causa clara y ajeno a
orígenes disolutos, se sospechaba pudiera ser el resultado de una mala higiene
tras manipular fertilizantes durante las tareas del campo, el posterior manoseo
peneano con fines fisiológicos o calenturientos es lo que había llevado la
impureza a la zona afectada del pobre Juanillo.
Su
cara era un poema y no precisamente de amor, se le notaba el sufrimiento hasta
en los lóbulos de las orejas, aquella exfoliación genital sanguinolenta y
húmeda no mejoraba a pesar de los lavados y cataplasmas aplicadas, no soportaba
el agua fría ni tampoco la caliente si por caliente pasa el agua tibia, tan
solo la ligera aireación aportada por un pequeño aventador de mano aliviaba su
desazón pero ello implicaba estar en casa llevando bata de fácil retirar.
Juanillo ¿Quién te manda tontear con el badajo después de tocar las hierbas y
los productos del abono? ―se decía una y otra vez un desesperado Juanillo.
A
todos estos males de solución no encontrada, debía añadirse además la
incontinencia aparecida por la relajación quizás, de los esfínteres propios,
dolencia también de naturaleza incierta; tal estado ayudaba a la maceración de
unas pieles ya de por si muy laceradas y débiles cuya integridad estaba siendo
agredida desde hacía ya varias jornadas sin un pronóstico definido.
En
eso que al pueblo llegó Lola mano de oro,
curandera experta en pócimas naturales, iba de paso camino de la capital del
reino y tan solo se detuvo un par de jornadas para recuperar el resuello del
fatigoso viaje; era de fama conocida en la comarca dado el alto índice de
aciertos en sus tratamientos de modo que su presencia no pasó inadvertida. A la
mañana siguiente y sin cita previa se presentó Juanillo en la posada donde se
hospedaba Lola, sin más preámbulos se acercó en cuanto la vio con ruegos
lastimeros y ella, al ver aquella cara pálida, aquellos andares álgidos,
aquella voz que apenas era un susurro, no pudo por menos que prestarle
atención.
Tras
ponerla en antecedentes, Juanillo retiro de soslayo parte de su bata dejando al
descubierto aquel desacato de la naturaleza, aquellas miserias corporales en
plena incandescencia, ingles y masa genital hervían llevando gruesos lagrimones
a los ojos del pobre hombre. Está claro ―dijo Lola tras pegarle un rápido
vistazo a aquellos restos de carne amorcillada―; sacó unos pliegos doblados de
papel amarillento de su enorme bolso y se puso a escribir en silencio:
El paciente lavará la zona afecta con caldo
de esencia gallinacea muerta a primera hora de la mañana, con su guano creará
un emplaste que aplicará dos horas después de cada lavado, la operación se
realizará cuatro veces al día (4 gallinas/día) durante tres jornadas; al cuarto
día repetiremos la operación esta vez con caldo de palomo joven y unas gotas de
limón, en este caso la operación se realizara dos veces al día (2 palomos/día)
siguiendo la pauta del guano dos horas tras cada irrigación durante dos
jornadas; por último se completará el tratamiento con una cataplasma (huevos
bien embadurnados) de melaza de extracto de gusano de seda tierno, una vez al
día durante dos jornadas más.
Juanillo ante aquella fórmula quedó un tanto extrañado
por el remedio allí prescrito, con tanto pájaro sus huevos iban a parecer nido
pero sabía de la fama de la tal Lola, así que no osó replicar ante lo que leía, le dio una generosa propina (Lola solo
cobraba la voluntad) y salió de la fonda en busca de las aves y sus residuos
con los que aderezar sus partes injuriadas.
Nunca
sabremos como quedaron las partes nobles de Juanillo, desconocemos si
recobraron el esplendor de otros tiempos, Lola partió al día siguiente camino
de la capital y el que escribe cambio de país, no pudiendo seguir la pista al
curioso suceso; confiemos en que hubiera una satisfactoria recuperación de la
nobleza genital del pobre desdichado.
P.D.
Ya se que el relato no tiene ni pizca gracia ni sentido pero si algún día se os
inflaman las partes nobles y no os funcionan otros tratamientos más técnicos,
podéis probar el remedio de los pájaros de Lola mano de oro, de perdidos al río e igual las zonas pudendas
recuperan algo de vidilla…
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