sábado, 18 de junio de 2016

ESPATARRADO Y ESCOCIDO

Así estaba Juanillo Suárez  aquel primero de octubre, el eccema en sus partes nobles le obligaba  adoptar la postura de la uve invertida, era la única forma de que sus colgajos en carne viva desde hacía días, no rozaran con los muslos pues el más mínimo contacto de sus pieles lo hacía ver las estrellas. Aquellas inmundicias sexuales estaban inflamadas y tenían mal color, el miembro viril, lozano y orgulloso en otros tiempos, ahora presentaba un aspecto lamentable y era de mirar triste; todo había comenzado con un picazón tempranero hacía unos cuantos amaneceres, sin una causa clara y ajeno a orígenes disolutos, se sospechaba pudiera ser el resultado de una mala higiene tras manipular fertilizantes durante las tareas del campo, el posterior manoseo peneano con fines fisiológicos o calenturientos es lo que había llevado la impureza a la zona afectada del pobre Juanillo.

Su cara era un poema y no precisamente de amor, se le notaba el sufrimiento hasta en los lóbulos de las orejas, aquella exfoliación genital sanguinolenta y húmeda no mejoraba a pesar de los lavados y cataplasmas aplicadas, no soportaba el agua fría ni tampoco la caliente si por caliente pasa el agua tibia, tan solo la ligera aireación aportada por un pequeño aventador de mano aliviaba su desazón pero ello implicaba estar en casa llevando bata de fácil retirar. Juanillo ¿Quién te manda tontear con el badajo después de tocar las hierbas y los productos del abono? ―se decía una y otra vez un desesperado Juanillo.


A todos estos males de solución no encontrada, debía añadirse además la incontinencia aparecida por la relajación quizás, de los esfínteres propios, dolencia también de naturaleza incierta; tal estado ayudaba a la maceración de unas pieles ya de por si muy laceradas y débiles cuya integridad estaba siendo agredida desde hacía ya varias jornadas sin un pronóstico definido.

En eso que al pueblo llegó Lola mano de oro, curandera experta en pócimas naturales, iba de paso camino de la capital del reino y tan solo se detuvo un par de jornadas para recuperar el resuello del fatigoso viaje; era de fama conocida en la comarca dado el alto índice de aciertos en sus tratamientos de modo que su presencia no pasó inadvertida. A la mañana siguiente y sin cita previa se presentó Juanillo en la posada donde se hospedaba Lola, sin más preámbulos se acercó en cuanto la vio con ruegos lastimeros y ella, al ver aquella cara pálida, aquellos andares álgidos, aquella voz que apenas era un susurro, no pudo por menos que prestarle atención.


Tras ponerla en antecedentes, Juanillo retiro de soslayo parte de su bata dejando al descubierto aquel desacato de la naturaleza, aquellas miserias corporales en plena incandescencia, ingles y masa genital hervían llevando gruesos lagrimones a los ojos del pobre hombre. Está claro ―dijo Lola tras pegarle un rápido vistazo a aquellos restos de carne amorcillada―; sacó unos pliegos doblados de papel amarillento de su enorme bolso y se puso a escribir en silencio:

El paciente lavará la zona afecta con caldo de esencia gallinacea muerta a primera hora de la mañana, con su guano creará un emplaste que aplicará dos horas después de cada lavado, la operación se realizará cuatro veces al día (4 gallinas/día) durante tres jornadas; al cuarto día repetiremos la operación esta vez con caldo de palomo joven y unas gotas de limón, en este caso la operación se realizara dos veces al día (2 palomos/día) siguiendo la pauta del guano dos horas tras cada irrigación durante dos jornadas; por último se completará el tratamiento con una cataplasma (huevos bien embadurnados) de melaza de extracto de gusano de seda tierno, una vez al día durante dos jornadas más.


Juanillo  ante aquella fórmula quedó un tanto extrañado por el remedio allí prescrito, con tanto pájaro sus huevos iban a parecer nido pero sabía de la fama de la tal Lola, así que no osó replicar ante lo que leía,  le dio una generosa propina (Lola solo cobraba la voluntad) y salió de la fonda en busca de las aves y sus residuos con los que aderezar sus partes injuriadas.

Nunca sabremos como quedaron las partes nobles de Juanillo, desconocemos si recobraron el esplendor de otros tiempos, Lola partió al día siguiente camino de la capital y el que escribe cambio de país, no pudiendo seguir la pista al curioso suceso; confiemos en que hubiera una satisfactoria recuperación de la nobleza genital del pobre desdichado.



P.D. Ya se que el relato no tiene ni pizca gracia ni sentido pero si algún día se os inflaman las partes nobles y no os funcionan otros tratamientos más técnicos, podéis probar el remedio de los pájaros de Lola mano de oro, de perdidos al río e igual las zonas pudendas recuperan algo de vidilla…

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