sábado, 16 de abril de 2016

OTRA NOCHE MÁS

Una mañana de sábado cualquiera tras otra noche de insomnio, me hallaba clavado delante del teclado de mi ordenador, en la pantalla parpadeaban los gráficos del ecualizador de un programa multimedia siguiendo el compás del canto gregoriano que lastimosamente escapaba de los altavoces, mientras tanto mi cuerpo seguía rendido, roto y agotado. Con la cabeza cacha, los ojos cerrados y los brazos cruzados delante del cuerpo intentaba robar unos instantes al mundo de las sombras; las noches se hacían eternas y en ellas se podían vivir mil vidas, recordar mil instantes, padecer mil desgracias…

No obstante y a pesar del quebranto orgánico que me atenazaba, mis manos buscaban las blancas hileras de teclas alineadas en formación frente a mí, en un intento por plasmar  mis fugaces destellos neuronales para así convertirlos en palabras coherentes con un cierto sentido. Probablemente el resultado final sería un texto inacabado más que añadir a mi carpeta de relatos perdida entre los miles de archivos virtuales que llenaban el disco duro de mi ordenador.

La mañana parecía clara, el sol aun no entraba por la ventana pero el ruido del tráfico ya se hacía notar, eché un vistazo a la calle y nada especial, la imagen cotidiana de un día tras otro; un par de motos aparcadas frente a la tienda del barrio,  supermercado y tienda multiusos al que acudíamos los vecinos de la zona a llenar nuestras despensas, un ciclista circulando a demasiada velocidad por el carril bici, una mujer de mediana edad entrada en carnes hablando por teléfono en la cabina y poco más.

Seguía inclinado y con los ojos cerrados incorporándome tan solo de forma cansina y breve para ir escribiendo las palabras que estás leyendo mientras el coro de monjes que me acompañaba vocalizaba sus últimas plegarias creando un ambiente místico que me trasladaba a claustros solitarios y silenciosos de monasterios perdidos en la campiña. Y ahí estaba yo visualizando un sinfín de películas tras mis párpados caídos, imaginando lugares a los que escapar en donde todo fuera desconocido y nuevo, en donde cada detalle te sorprendiera con la inocencia de un niño.


Las punzadas de dolor me devolvían a la realidad, originadas en las múltiples contracturas de cuello y espalda, eran uno más de mis tormentos diarios con los que había aprendido a convivir no obstante, estos días algunas de ellas estaban en su punto álgido siendo un detonante más para mis noches de insomnio. Las malas posturas a lo largo de los años, los desequilibrios musculares y la falta de un ejercicio regular y adecuado eran algunos de los factores que habían llevado a deteriorar un envase en cuyo interior tan solo la actividad cerebral y un maltrecho latido cardíaco daban fe de mi existencia.

Aun así seguía sin cambiar de postura, escrutando mi mundo interior viajaba entre mis neuronas saltando de una historia a otra queriendo encontrar un punto de partida al que agarrarme para poder iniciar una nueva aventura literaria la cual, con mi precario verbo, no llegaría muy lejos, no obstante había que intentarlo. Palabras inconexas al principio, más coherentes y centradas después, irían llenando líneas y párrafos hasta cubrir el blanco lienzo virtual de mi pantalla de plasma.

 
Pierdo la noción del tiempo pues la situación se repite con frecuencia, los momentos vividos hace unas semanas volverán a ser vividos en las próximas, mismo lugar, misma postura, misma música y mismas elucubraciones pero con menos tiempo por delante pues este vuela y en su vuelo, se lleva parte de la esencia y la energía que nos mantiene aferrados a la vida. Una noche más nos abre la puerta a una nueva jornada, nuevas imágenes, nuevas ideas, nuevos relatos, todo ello llevado a cabo en un mismo lugar desde el cual en una postura viciada por los años, encadeno mis palabras en un intento por poner orden en mi cabeza sin conseguirlo.

Una vez leídas las páginas de una trama cualquiera uno quisiera cambiar las palabras, añadir unas nuevas, modificar una escena u organizar de nuevo todo el contenido pero las fuerzas han escapado y la intención también pues la mente ya está en otras cosas y nuevos proyectos rondan en la maraña gris del intelecto; cada día sale el sol y con él todo vuelve a empezar, se reinicia nuestro disco duro y todo se pone en funcionamiento, también la cabeza. En esos momentos matutinos, con los ojos cerrados y el cuerpo caído frente al ordenador, uno estruja sus neuronas en un amago por despertarlas y ponerlas en orden de revista, todo un ejército adormecido tras una noche de insomnio que al despertar nace derrotado, cansado, sin intención.


Y así pasan los días buscando una nueva idea que de luz al cuerpo de unas líneas en las cuales vocablos inconexos se entrelacen y vayan formando frases con vida propia que más tarde den sentido o no lo den, a la imagen abstracta que uno crea dentro de su cabeza y que como una madeja de hilo va deshilachándose a medida que tiramos de un extremo para ir plasmándolo sobre un papel real o virtual. Las noches de insomnio son una fuente de inspiración, en ellas hay tiempo para mucho aunque este es efímero y todo en él está sujeto con alfileres que con las primeras luces de un nuevo amanecer se sueltan perdiendo todo su contenido.


Nuevas ideas aun no gestadas surgirán y de ellas brotará un relato no planificado, efímero, descabellado e impropio, uno más con que llenar unas horas de las mañanas de sábado, relatos que algún día, próximo o lejano, subirán a la rampa de lanzamiento y se verterán de manera dubitativa en cualquier blog, quedando a la vista de una masa anodina cansada de recibir mensajes virtuales. El relato en cuestión dormirá a partir de ese momento el sueño virtual al que está condenado a pertenecer, allí junto a otros relatos permanecerán expuestos a las miradas anónimas de un público perdido en su propio aburrimiento social.

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