Una mañana de sábado cualquiera
tras otra noche de insomnio, me hallaba clavado delante del teclado de mi
ordenador, en la pantalla parpadeaban los gráficos del ecualizador de un
programa multimedia siguiendo el compás del canto gregoriano que lastimosamente
escapaba de los altavoces, mientras tanto mi cuerpo seguía rendido, roto y
agotado. Con la cabeza cacha, los ojos cerrados y los brazos cruzados delante
del cuerpo intentaba robar unos instantes al mundo de las sombras; las noches
se hacían eternas y en ellas se podían vivir mil vidas, recordar mil instantes,
padecer mil desgracias…
No obstante y a pesar del
quebranto orgánico que me atenazaba, mis manos buscaban las blancas hileras de
teclas alineadas en formación frente a mí, en un intento por plasmar mis fugaces destellos neuronales para así
convertirlos en palabras coherentes con un cierto sentido. Probablemente el
resultado final sería un texto inacabado más que añadir a mi carpeta de relatos
perdida entre los miles de archivos virtuales que llenaban el disco duro de mi
ordenador.
La mañana parecía clara, el sol
aun no entraba por la ventana pero el ruido del tráfico ya se hacía notar, eché
un vistazo a la calle y nada especial, la imagen cotidiana de un día tras otro;
un par de motos aparcadas frente a la tienda del barrio, supermercado y tienda multiusos al que
acudíamos los vecinos de la zona a llenar nuestras despensas, un ciclista
circulando a demasiada velocidad por el carril bici, una mujer de mediana edad
entrada en carnes hablando por teléfono en la cabina y poco más.
Seguía inclinado y con los ojos
cerrados incorporándome tan solo de forma cansina y breve para ir escribiendo
las palabras que estás leyendo mientras el coro de monjes que me acompañaba
vocalizaba sus últimas plegarias creando un ambiente místico que me trasladaba
a claustros solitarios y silenciosos de monasterios perdidos en la campiña. Y
ahí estaba yo visualizando un sinfín de películas tras mis párpados caídos,
imaginando lugares a los que escapar en donde todo fuera desconocido y nuevo,
en donde cada detalle te sorprendiera con la inocencia de un niño.
Las punzadas de dolor me
devolvían a la realidad, originadas en las múltiples contracturas de cuello y
espalda, eran uno más de mis tormentos diarios con los que había aprendido a
convivir no obstante, estos días algunas de ellas estaban en su punto álgido
siendo un detonante más para mis noches de insomnio. Las malas posturas a lo
largo de los años, los desequilibrios musculares y la falta de un ejercicio regular
y adecuado eran algunos de los factores que habían llevado a deteriorar un
envase en cuyo interior tan solo la actividad cerebral y un maltrecho latido
cardíaco daban fe de mi existencia.
Aun así seguía sin cambiar de
postura, escrutando mi mundo interior viajaba entre mis neuronas saltando de
una historia a otra queriendo encontrar un punto de partida al que agarrarme
para poder iniciar una nueva aventura literaria la cual, con mi precario verbo,
no llegaría muy lejos, no obstante había que intentarlo. Palabras inconexas al
principio, más coherentes y centradas después, irían llenando líneas y párrafos
hasta cubrir el blanco lienzo virtual de mi pantalla de plasma.
Pierdo la noción del tiempo pues
la situación se repite con frecuencia, los momentos vividos hace unas semanas
volverán a ser vividos en las próximas, mismo lugar, misma postura, misma
música y mismas elucubraciones pero con menos tiempo por delante pues este
vuela y en su vuelo, se lleva parte de la esencia y la energía que nos mantiene
aferrados a la vida. Una noche más nos abre la puerta a una nueva jornada,
nuevas imágenes, nuevas ideas, nuevos relatos, todo ello llevado a cabo en un
mismo lugar desde el cual en una postura viciada por los años, encadeno mis
palabras en un intento por poner orden en mi cabeza sin conseguirlo.
Una vez leídas las páginas de una
trama cualquiera uno quisiera cambiar las palabras, añadir unas nuevas,
modificar una escena u organizar de nuevo todo el contenido pero las fuerzas
han escapado y la intención también pues la mente ya está en otras cosas y
nuevos proyectos rondan en la maraña gris del intelecto; cada día sale el sol y
con él todo vuelve a empezar, se reinicia nuestro disco duro y todo se pone en
funcionamiento, también la cabeza. En esos momentos matutinos, con los ojos
cerrados y el cuerpo caído frente al ordenador, uno estruja sus neuronas en un
amago por despertarlas y ponerlas en orden de revista, todo un ejército
adormecido tras una noche de insomnio que al despertar nace derrotado, cansado,
sin intención.
Y así pasan los días buscando una
nueva idea que de luz al cuerpo de unas líneas en las cuales vocablos inconexos
se entrelacen y vayan formando frases con vida propia que más tarde den sentido
o no lo den, a la imagen abstracta que uno crea dentro de su cabeza y que como
una madeja de hilo va deshilachándose a medida que tiramos de un extremo para
ir plasmándolo sobre un papel real o virtual. Las noches de insomnio son una
fuente de inspiración, en ellas hay tiempo para mucho aunque este es efímero y
todo en él está sujeto con alfileres que con las primeras luces de un nuevo
amanecer se sueltan perdiendo todo su contenido.
Nuevas ideas aun no gestadas
surgirán y de ellas brotará un relato no planificado, efímero, descabellado e
impropio, uno más con que llenar unas horas de las mañanas de sábado, relatos
que algún día, próximo o lejano, subirán a la rampa de lanzamiento y se
verterán de manera dubitativa en cualquier blog, quedando a la vista de una
masa anodina cansada de recibir mensajes virtuales. El relato en cuestión
dormirá a partir de ese momento el sueño virtual al que está condenado a
pertenecer, allí junto a otros relatos permanecerán expuestos a las miradas
anónimas de un público perdido en su propio aburrimiento social.
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