El señor Antonio nos ha abierto los ojos ―dijo sacando pecho
en un pasillo del hospital. Aquel muchacho siempre había tenido una planta un
tanto arrogante y chulesca, últimamente iba crecido ante su nueva situación
laboral; era de los que cuando llegaban a un sitio pretendían ocupar todo el
espacio; el cronómetro había empezado su particular cuenta atrás.
La discusión dejó a la vista el tipo de calaña a la que
pertenecía aquel técnico que rezumaba autosuficiencia y valía por los cuatro
costados, valía que por otro lado tan solo él se atribuía. El tal señor Antonio
a lo que parecía, se había convertido en el santo santorum de aquella pequeña
tropa a la que con su labia tantos años practicada, había conseguido embrujar y
llevar a su terreno.
El vudú y el hechizo hacen milagros entre las mentes
necesitadas de un guía que reconduzca sus vidas, la falta de información lleva
a las elucubraciones y estas bien dirigidas, pueden hacer estragos en la
verdadera realidad de las cosas haciendo creer lo que en cada momento convenga.
El gran chamán con su retórica bien estudiada, había conseguido su propósito
encabezando una corriente crítica contra los hasta hacía muy poco compañeros de
filas.
Reunidos en una estancia de lo que ahora era su nuevo
proyecto y con todas las miradas puestas en él, desplegó una batería de
argumentos maquillados a su conveniencia en un intento por defender lo
indefendible, en una maniobra por justificar lo injustificable, en una argucia
por ocultar lo que a todas luces y con un poco de perspectiva sobre su
trayectoria y modo de actuar en un pasado reciente, era inocultable… pero a la
vista del resultado parecía haberlo conseguido con éxito, haciendo que
prevaleciera entre aquella pequeña tropa su verdad.
Os han robado y os van a volver a dejar en la estacada
―seguía diciendo el funesto personaje envuelto en su bata blanca tras la cual y
como si de una capa mágica se tratara, se sentía superior; no van a dejaros ni
el polvo y en cualquier momento desaparecerán ―acabó diciendo. Aquellas
palabras salían del resentimiento y el rencor, creyéndose en una posición de
poder sobre el que hasta hacía muy poco había sido su compañero y amigo.
Mientras tanto el gran elefante blanco, cabeza de aquella
incipiente manada, seguía pastando por los que fueron sus feudos hasta hacía
muy poco; acudía a las reuniones poco menos que bajo palio queriendo retener la
figura insigne que fue en el pasado. Apoyándose en un pequeño clon pulido con
los años a su imagen y semejanza en el que tenía depositadas sus esperanzas de
futuro, intentaba retener su cuota de poder a toda costa pues sin ella no tenía
nada ya que toda su vida y su imagen giraban en torno aquel mundo gremial en el
que tan bien se desenvolvía.
La discusión hospitalaria fue en aumento llevándose al
terreno personal en el que técnico e interlocutor valoraban sus líneas
profesionales; cuando alguien alardea de algo su valía se desmorona por si sola
y en este caso, al petimetre de pecho avanzado y planta chulesca, se le llenaba
la boca al referirse a su título académico. Aquella situación era como poco
curiosa, dos antiguos compañeros ahora enfrentados, alabando y compitiendo
verbalmente por sus valías profesionales en un entorno poco propicio a este
tipo de discusiones. Es lo que tiene el hechizo que lava cabezas y exalta las
pasiones más bajas haciendo perder los papeles; el gran chamán estaba
consiguiendo su propósito, que no se hablara de él ni de su gestión pasada.
Al castillo de naipes le faltaba un último empellón para
venirse abajo, todos sabían que tenía los días contados pero algunos
aprovechaban para hacer leña del árbol caído como si nunca hubieran tenido que
ver con el mismo; eran o parecían serlo, de memoria corta, dando la impresión
de haber olvidado a quien debían todo lo que eran, de donde había salido todo
lo que tenían. El saca pecho enfundado en su distinguida bata blanca, insistía
en el gran equívoco en el que se encontraban los que aún permanecían al lado de
los culpables, de los malos de la
película, incitando al motín por el simple hecho de seguir haciendo sangre.
El cronometro mantendría su ritmo descontando un tiempo que
no volvería a vivirse, el futuro era incierto para todos, para un bando y para
el otro; el nuevo proyecto gestado en la sombra aprovechando posiciones y
contactos conseguidos en otros escenarios, antes o después podría volverse en
su contra y llegado el caso, el gran chamán quedaría desenmascarado ante los
que ahora lo adoraban y cerraban filas a su paso.
El final de la película aún estaba por escribirse y dado que
el tiempo pone a cada uno en su sitio, más pronto que tarde el petimetre
titulado que ahora hablaba tan ufano a su antiguo compañero en el pasillo del
que consideraba su
hospital, tendría que hacer frente a las dificultades de su nuevo barco y
asumir mordiéndose la lengua, las milongas y excusas peregrinas que le contaría
su nuevo patrón.
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