sábado, 31 de mayo de 2014

BENITO EL FACHA

De planta arrogante y muy dado a gesticular, Benito tenía por doctrina la ley y el orden; criado en el seno de una familia autoritaria sabía lo que era cumplir las reglas sin rechistar, su padre militar retirado, siempre había dirigido  la familia con mano dura siguiendo los dictámenes de su conciencia de corte cuartelario. Desde niño Benito supo lo que era cumplir los horarios y responsabilizarse por las tareas asignadas, aquel grupo familiar formado por su madre y cuatro hermanos era una prolongación del batallón bajo las órdenes de su severo progenitor.

Benito era travieso y un poco déspota, consentido por su madre y acunado desde niño por sus tres hermanas mayores, era de caprichos permitidos; había sacado el genio de su padre y le gustaba mandar, llevarle la contraria o resistirse a sus demandas lo encolerizaba, solo su padre sabía ponerlo en su sitio con tan solo una mirada. Era de ideas extremas y ya con quince años se le notaba un aire dictatorial en su forma de proceder; junto con sus dos inseparables amigos Adolfo y Paco el gallego, siempre andaba molestando a las minorías de su entorno.


Sus ideas derivaban a derechas, en ciertos aspectos cumplía los cánones del buen facha, una voz manda y el resto obedece, tenía poder de convicción y ya desde muy joven sabía defender con argumentos bien fundamentados su forma de proceder, sabía enganchar con su labia a propios y extraños por eso no era raro que la gente se parara a escuchar el discurso de aquel joven. Adolfo no se quedaba atrás en sus prácticas extremistas y disfrutaba maltratando animales, su especialidad era el gato embreado, el animal salía corriendo llevando atado a la cola un manojo de ramas impregnadas en grasa ardiendo; en otro de sus juegos metían algún bicho en una caja a la que habían adaptado una manguera que conectaban al tubo de escape de un viejo scooter. Benito se admiraba con la crueldad de su amigo Adolfo.

Por su parte Paco era el más quieto de los tres, era menos de manifestar su doctrina interior, muy amigo de misas y rezos, costumbre inculcada por su madre desde pequeño, cumplía diariamente con su templo parroquial. Como hombre de talla corta tenía mala leche innata la cual purgaba en explosiones de ira en momentos puntuales sin un detonante concreto, era de estallar tras un progresivo enrojecimiento de su facies.

Aquel trio apocalíptico eran el germen de algo no muy definido pero que asustaba y Benito llevaba la voz cantante de su temible ideario; tenían sus seguidores pues como se ha dicho las líneas de su doctrina calaban hondo en una masa humana descontenta que vivía tiempos convulsos y ellos sabían aprovecharse de ese descontento para fomentar sus ideas.

De gustos castrenses, disfrutaban en los desfiles militares, eran muy de uniformes, armas y estandartes; conocedores de un sinfín de himnos y cánticos de trinchera, arengaban a las masas para que unieran sus voces a las suyas y así, todos unidos, amenizaban los encuentros en solemne hermandad. Benito tenía aires de grandeza y se imaginaba en un país fuerte y poderoso, libre de las masas migratorias que según decía venían a esquilmar la riqueza de la patria, por soñar soñaba con un territorio libre de vicios y hábitos malsanos donde imperara el orden y las normas, sus normas.

Amante de las condecoraciones, Benito tenía un buen número de medallas conseguidas en rastros y anticuarios, las pertenecientes a los ejércitos del eje durante la II guerra mundial predominaban en su colección; siendo como era de gustos bélicos, la iconografía militar estaba presente en todos sus entornos íntimos aunque en ocasiones también exteriorizaba sus inclinaciones con ropajes de estilo castrense, sus colores eran el negro y el caqui.


Adolfo y Paco hacían piña común con él formando un férreo triunvirato de cuyas mentes salían los manifiestos más explosivos, ideas que bien postuladas convencían a muchos y añadían adeptos a su causa; los tres mosqueteros esgrimían sus afiladas lenguas con destreza y convicción llegando a lo más hondo de muchas almas desencantadas con el sistema, sabían cómo sembrar en el fértil campo de cultivo en el que se había convertido el país.


Alguien dio la voz de alarma ante el giro que estaban dando los acontecimientos, aquel germen de autoritarismo que crecía día a día, traía a la memoria de muchos, pasajes de un funesto pasado, historias contadas por unos mayores hoy demenciados o muertos; aquello que algunos sospechaban no podía estar volviendo a ocurrir pero la realidad era la que era; en un mundo de libertades, las voces y las ideas eran libres de manifestarse y ser expresadas, con ellas los sentimientos de una masa ávida de ser guiada, que pedía soluciones a su descontento, que mostraba su rechazo por la clase dirigente, que añoraba tiempos pasados… se dejaba influenciar aun no siendo consciente de ello. Había que estar vigilante y evitar que la mano negra volviera a cerrarse en un puño arrastrándolo todo a la catástrofe una vez más pero para eso había que reaccionar ya, no había tiempo que perder, se debían dar soluciones rápidas pero quien debía hacerlo, andaba por el país en un estado catatónico, preocupándose más por sus problemas que por los de las gentes a las que supuestamente representaban.

sábado, 24 de mayo de 2014

JORNADA DE REFLEXIÓN

Servilismo sin límites y un acatamiento férreo de la doctrina de partido son los signos de identidad de miles y miles de militantes y políticos profesionales ante los programas y líneas de actuación de los diferentes partidos políticos; la conciencia individual anulada da paso, en la mayoría de los casos, a un seguimiento irracional de los mandos y líderes de la organización. Los fallos de las cabezas visibles son minimizados e incluso ignorados, por unos correligionarios ciegos a lo obvio que miran para otro lado con total impunidad y desvergüenza.

El punto álgido de todo político que se precie antes de alcanzar la gloria o el fracaso, son los comicios donde optan a salir elegidos; la tensión de las semanas previas a la cita electoral con los viajes, las entrevistas, los mítines y la exposición a su futurible electorado hacen sacar lo mejor y lo peor de cada uno. Una cagada o un acierto en esos días pueden revolucionar a las masas ávidas por ser adoctrinadas y sumar o restar muchos puntos en el ranking del candidato.

Siempre me ha parecido una estupidez eso que llaman jornada de reflexión, ese día previo a las votaciones en la que por ley están prohibidas las manifestaciones partidistas que puedan añadir o quitar votos a una u otra formación política; ¿alguien puede pensar que un día sin propaganda, mítines o debates puede inclinar la balanza en uno u otro sentido? ¿Es coherente suponer que un día en blanco de martilleo político puede dar luz a los indecisos? ¿Se imagina alguien que el día previo a una boda, estuviera prohibido que los contrayentes se pusieran en contacto para que pudieran reflexionar sobre el paso que iban a dar al día siguiente? Absurdo y sin sentido.

Hoy nos hallamos en ese día, en esa fecha mágica de explicación incierta, veinticuatro horas de silencio panfletero, toda una jornada huérfana de cantinelas partidistas, vacía de eslóganes y frases estudiadas; mañana todo acabará en un clímax de urnas y papeletas, donde el verdadero morbo radicará en saber cuanta gente se quedará en casa, cuantos ignorarán los cantos de sirena y seguirán con sus vidas ajenos a los colegios electorales. Tras la resaca de los comicios lo que es seguro es que todos saldrán satisfechos, las falsas sonrisas tantas veces ensayadas aflorarán en unos rostros curtidos en mil batallas y que al ir en los primeros puestos de las listas de cada opción política, tienen el puesto asegurado en Bruselas, diecisiete mil euros al mes ¿Quién puede aspirar a más a veces siendo tan poco?
Aquel político que hace unos años nos machacaba desde las pantallas de televisión ocupando un puesto principal y del que hace mucho no oímos nada seguro que está en Bruselas; el centro político de Europa acoge a los desahuciados de muchos partidos, allí son premiados con un sillón por los servicios prestados en sus respectivos países o son compensados con ese destino por no haber conseguido en su país el puesto esperado tras los últimos comicios de turno.

Algunos cadáveres políticos se arrastran in eternum por los pasillos y salones de todos esos edificios públicos donde se decide el futuro de la Unión Europea o de cada feudo en particular; pronto estos recibirán nuevos inquilinos, otros ni siquiera harán las maletas pues seguirán ocupando la poltrona de los últimos años ya que el político profesional y también el aficionado, no tienen fecha de caducidad.

Hoy estamos en jornada de reflexión y mi mano tiembla a la hora de decidir por cual papeleta me inclino, repaso los programas de cada opción política (aunque más del ochenta por ciento del tiempo lo han dedicado a practicar el reproche y el “y tú más”) y en mi mente visiono las caras de los candidatos, hago un esfuerzo por recordar su lenguaje corporal y sus momentos trending topic en los medios; mis próximas horas estarán dedicadas al análisis y la reflexión pues el bombardeo al que me han sometido en las últimas semanas me tiene aturdido, confuso, desorientado, indeciso y con una alta dosis de “hasta los huevos”.


Cuando todo pase, tan solo el lapso del verano nos liberará de esta casta mediocre pues con las primeras luces del otoño, resurgirán con fuerza lanzados ya a tumba abierta, con la vista puesta en la próxima primavera y las municipales. Dios nos pille confesados y curados de espanto.

sábado, 17 de mayo de 2014

VENDO PENE POCO USADO EN EL AMOR

Este podría ser un anuncio cualquiera de los miles que aparecen a diario en la prensa escrita, recientemente leí uno que decía “vendo clítoris de segunda mano” y quien lo puso se quedó tan ancha; es verdad que el anuncio en cuestión tenía trampa y estaba basado en una encuesta ficticia realizada en Francia según la cual el 89% de los franceses pensaba que se trataba de un modelo de Toyota, pues alguien hubo que cayó en la trampa y se hizo eco de la noticia saltando fronteras. A  diario nos bombardean con anuncios de lo más curioso e inverosímil pues el mundo de la publicidad no tiene límites, vehículos con prestaciones prohibidas, productos de belleza milagrosos que rejuvenecen y devuelven el vigor, preservativos que aumentan el rendimiento sexual aunque seas un picha floja, electrodomésticos que gestionan la vida doméstica sin el menor esfuerzo y así un largo etcétera.

Vivimos en una sociedad consumista y todo el mundo ansía tener o mejorar lo que tiene al precio que sea, los medios nos machacan con ofertas y nuevos productos haciéndonos comprar muchas veces aquello que no necesitamos pero que cuando al fin lo tenemos nos hace sentir mejor. Poco a poco vamos llenando nuestros hogares y en estos, armarios y estanterías, de un sinfín de artículos de segunda necesidad dejando de tener el valor que les atribuíamos una vez los conseguimos; así pues querer hasta tener y una vez tenido pierde valor lo querido.

La crisis se ha ensañado con el tejido social en el cual sus miembros ven impotentes la imposibilidad de alcanzar muchas veces, unos mínimos que les permitan subsistir en condiciones aceptables ese supuesto estado de bienestar, mientras tanto los anuncios siguen torpedeando nuestros sentidos, mostrándonos lo inalcanzable, dando alas a la euro-ansiedad; ante la carencia nos empequeñecemos y sacamos lo peor de cada uno, ese otro yo que llevamos dentro y que a veces desconocemos nosotros mismos. Abres el buzón y junto con las facturas, una cascada de propaganda cae en nuestras manos, enciendes la radio o el televisor y más de lo mismo, espectaculares señoritas y caballeros nos ofrecen los productos más inverosímiles prometiéndonos con su uso el oro y el moro, entras en internet y los banners fluctúan ante nuestros ojos robándonos campo en la pantalla y al final sales a la calle y allí te están esperando cientos de vallas publicitarias deseosas de hipotecar tú vida.

La sociedad consumista en la que vivimos no ceja en su empeño por vaciar nuestros bolsillos pero no se ha dado cuenta de que muchos de ellos ya fueron vaciados hace mucho; la miseria económica instalada en muchos hogares ha llevado a algunas personas a venderse en porciones sin el menor miramiento, hecho manifiesto en algunos anuncios ofreciendo riñones, hígados y otras piezas corporales. Dicen que empezamos a remontar el vuelo pero el aire fresco tardará en llegar a las familias y mientras este llega muchas de ellas sucumbirán esperando la savia que les devuelva la vida.


La esperanza en un horizonte calmado y estable no debe perderse pero cómo hacerlo cuando uno no llega a fin de mes, cuando los  subsidios finalizan o amenazan con su conclusión, las facturas se acumulan en los cajones, los trabajos no aparecen y si lo hacen son fugaces, efímeros, de hola y adiós…  cuerpo y mente desfallecen en un caos descontrolado y apocalíptico, y en esta tesitura uno acaba poniendo a la venta hasta el alma si es preciso.

sábado, 10 de mayo de 2014

FLORES PARA AKVILE

Erase una vez en algún lugar de Cullera…


Aquel verano reservaba una grata sorpresa, los hábitos no por muy repetidos están exentos de ofrecernos un regalo en nuestras vidas y lo que era una rutina de casi a diario, se lo puso en el camino; como cada tarde en los últimos años, con el inicio del verano comenzaba su peregrinaje por las heladerías de la ciudad costera en la que veraneaban, alternando sus dos establecimientos favoritos disfrutarían de batidos, helados, granizados y otras delicatessen para el paladar durante las siguientes semanas. Cada uno de aquellos lugares era especialista en unos u otros caprichos helados y según estuviera el paladar del grupo se elegía el destino de ese día.

Akvile era de la lejana Lituania, llevaba varios años en el país y trabajaba en una de aquellas heladerías; rubia y con la piel de porcelana destacaban en ella dos intensos ojos azules, era guapa a rabiar pues el óvalo de su cara era la perfección en rasgos eslavos, nada que envidiar a los rostros artísticos de los bellezones de primer nivel del momento; siempre llevaba el pelo recogido en una larga coleta anudada a varias alturas, aquel apéndice dorado se agitaba con cada uno de sus movimientos apartándolo, en ocasiones, con un movimiento delicado de sus manos.

No era muy alta pero estaba bien proporcionada, su polo negro mostraba unos brazos fuertes que no paraban de manipular sobre las cubetas de cremoso helado, atendiendo los pedidos; sus hola o que desean, sonaban a música celestial con aquel dejo subliminal que denotaba su extranjería. Raro era verla un momento  parada pero cuando lo hacía su mirada se perdía entre las mesas barriendo todo el establecimiento, yo lo sabía, nos tenía controlados aunque hiciera como que nos veía. De cintura estrecha,  esta se anclaba en unas piernas cuyos pies enfundaban sendas zapatillas negras las cuales flotaban deslizándose arriba y abajo tras la barra mostrador; las neveras y su contenido helado eran su reino y en él se desenvolvía con soltura.

Cada tarde era una nueva experiencia, verla departir con la clientela  mientras esperábamos ansiosos nuestros batidos era todo un placer; buscar una mesa con visión directa sobre su terreno era un objetivo ineludible que una vez conseguido, mejoraba los momentos allí pasados. Las tardes eran tranquilas, sin horarios que cumplir, teníamos todo el tiempo del mundo y aquellos ratos en la heladería ayudaban a llenarlo de manera placentera ya no solo para el paladar, también para la vista; la gente iba y venía, las mesas se llenaban y vaciaban a un ritmo alegre, por momentos frente a las neveras se acumulaba un público expectante, sus miradas exploraban aquellas vitrinas repletas de cubetas llenas hasta el borde de cremoso y frío helado. Akvile y sus compañeras atendían como jabatas a la masa sedienta de sabores, llenaban tarrinas de volumen variado, largos cucuruchos pasaban de mano en mano, la batidora no dejaba de pulverizar  el cremoso helado que mezclado con leche, llenaba altos vasos convertidos en deliciosos batidos.

La actividad en el local era frenética y sus dieciocho empleados funcionaban como una máquina bien engrasada, unos en cocina, otros tras la barra, el resto entre las mesas pero todos actuando bien compenetrados dando un servicio eficaz y rápido. Entre todo aquel pequeño ejército vestido de negro destacaba ella con sus rubios cabellos, su mirada turquesa cautivaba a la clientela que se posaba ante sus neveras, otros fuimos hechizados desde la distancia.

Un día apareció un chico cuya vestimenta lo identificaba como de un gremio incierto, portaba una gorra azul con visera curva, hacía juego con su indumentaria, pantalones y camisa azules en cuya espalda un gran rótulo blanco rezaba “La Gardenia – Arreglos florales”; llevaba en una mano un gran ramo de rosas, blancas y rojas; el tipo aquel llamó nuestra atención. ¿Quién sería la destinataria? ¿Quién el remitente? Lo seguimos con la vista mientras se abría paso entre las mesas; se dirigió al interior y allí junto a la barra se le acercó un empleado con el que intercambió unas palabras, todas las miradas estaban puestas en ellos, expectantes, curiosas.
El hombre de negro giró la cabeza en dirección a las neveras con una ligera sonrisa en los labios, allí una sorprendida Akvile se dio por aludida al ver andar hacía a ella al tipo vestido de azul ante los cuchicheos y sonrisas cómplices de sus compañeras; tras confirmarle que era ella la destinataria le hizo entrega de las flores que ella cogió por encima de las vitrinas heladas,  tras lo cual el hombre de azul dio media vuelta y abandonó el local. Entre las rosas, sujeta a uno de los tallos, había una tarjeta que ella abrió curiosa por descubrir el origen de tan inesperado envío; todas las miradas estaban pendientes de aquella tarjeta y de la reacción de Akvile al leer su contenido aunque todos intentaban disimularlo.

Sus ojos brillaron al abrir el pequeño sobre tras lo cual se acercó el ramo a su rostro llenando sus pulmones con la fragancia de aquellas docenas de rosas anónimas, los cuchicheos continuaron pero poco a poco todo fue cogiendo su ritmo y cada uno volvió a lo suyo, solo Akvile quedó intrigada por aquel  presente de procedencia incierta. La jornada continuó desgranando sus minutos al ritmo que se estaba acostumbrado, los clientes iban y venían, se aglomeraban frente a las vitrinas heladas u ocupaban las mesas del salón, todo había vuelto a la normalidad salvo el corazón de una rubia tocada por las hadas, que seguía acelerado e intrigado por el origen de tan grato presente.

Sabía que había sido el centro de todas las miradas y no solo de sus compañeros también de los clientes, su piel de porcelana se había sonrojado en un primer momento pero este ya quedó atrás y ahora estaba allí, con las flores y una multitud que  reclamaba sus helados ansiosos por saborearlos; sus brazos empezaron a manipular dentro y fuera de las cubetas llenando tarrinas y cucuruchos con la rapidez y eficacia de costumbre, pronto los clientes satisfechos fueron desfilando ante sus neveras alejándose sonrientes con sus caras inyectadas en placer.


Es lo que tiene el verano y las caras bonitas, siempre van unidas y en ocasiones te sorprenden donde menos te lo esperas, un lugar visitado con asiduidad y sin mayor relevancia puede dar un giro radical con la presencia de un rostro atractivo; Akvile tenía un magnetismo especial que quizás ni ella sabía poseer, verla en su trabajo era un placer para los sentidos los cuales se ponían en guardia para captar toda su esencia. El verano acabó y con él aquella chica de larga coleta rubia como el oro, se esfumo como el humo de una hoguera, dejando un grato recuerdo tanto en la memoria como en nuestras retinas.

sábado, 3 de mayo de 2014

VIAJE AL PARAÍSO

Navegando a través de los videos de Youtube estaba una tarde de estas, pasadas ya las Fallas y con el punto de mira puesto en las próximas fiestas de semana santa, cuando a mi mente llegaban imágenes de tierras lejanas con sus sonidos de frescura y sus olores a mar en calma; aquellas lagunas de aguas turquesas abrazaban un terrón de tierra volcánica cuyas verdes laderas rebosaban de vegetación, sus picos como atalayas imposibles,  vigilaban el arrecife y más allá de este, al vasto océano.

Las imágenes me llevaban junto a los muelles de Papeete dejando a mis espaldas, la silueta dormida de una cercana Moorea; todo era un ir y venir de embarcaciones, pequeñas y grandes, enormes cruceros vomitaban su carga humana portadora de sonrisas e ilusión a la vista del paraíso que se abría ante ella durante los próximos días. El boulevard Pomaré separaba las aguas del casco urbano y como una gran arteria serpenteaba sigilosa llevando vida a toda la ciudad; hasta mí olfato llegaban los aromas del próximo Parc de Bougainville, donde el rumor de sus árboles y palmeras mecidos por la suave brisa de la mañana, parecían darme la bienvenida.


Cruzo la calle y me planto a las puertas del hotel donde en un pasado no muy lejano, Anselmo se alojó durante sus viajes por los mares del sur, desde mi posición atisbo a una sonriente nativa detrás del mostrador que hace las veces de recepción, enfrascada en una llamada telefónica no se percata de mi mirada curiosa; frente a ella, las escaleras que dan paso a la parte alta del hotel por las que tantas veces subió y bajó mi personaje. Miro hacia arriba y puedo ver las balaustradas blancas de las habitaciones desde cuyas terrazas se tienen espléndidas vistas de la dársena y de la isla vecina, envidio a aquellos recién bajados del crucero.

Sigo andando y me adentro en el cogollo de la ciudad, los truc, pequeños camioncitos de colores, van de aquí para allá repartiendo viajeros por toda la isla, por las ventanillas puedo ver a mujeres alegres ataviadas con vistosos sombreros de paja; continuo mi marcha y llego a las proximidades de la catedral de Notre Dame, nada que ver con la de París, construida a mediados del siglo XIX era uno de los últimos ejemplos de la arquitectura colonial tahitiana con su torre del reloj, frente a sus puertas en un pequeño jardincillo, un tocón pintado de blanco marca el kilómetro 0 de la Polinesia Francesa; aquella plaza próxima a la explanada frente al mar estaba llena de vida, era el centro del paraíso y por las calles adyacentes las gentes iban y venían marcando el pulso de la capital polinesia.


Continuo un poco más y ya noto el bullicio, la actividad se incrementa en las calles próximas de manera notable, doy la vuelta a una esquina y frente a mi aparece el mercado de la ciudad, lugar de visita obligada para todo foráneo recién llegado. El edificio de dos plantas alberga en sus 7.000 metros cuadrados una representación de los productos y artesanía de las islas, hasta allí se desplazan a diario los isleños para vender sus frutas y verduras, sus pescados y sus carnes, sus cestos, sombreros y pareos multicolores, es un lugar para el encuentro social donde la animación permanece asegurada gran parte del día y de la noche.

Regreso despacio sobre mis pasos y vuelvo junto al mar, de nuevo salgo al boulevard Pomaré IV y el olor a mar llega hasta mis pulmones, bajo los árboles voy desandando el camino hecho hasta llegar a las puertas del Tiare Tahití, la sonriente recepcionista habla con unos clientes, parece que  recién llegados por los bultos que tienen a sus pies, sigo caminando y cruzo la calle, pronto una algarabía de sonidos me llega desde las alturas, elevo la vista y vislumbro a cientos de pájaros sobrevolando el cielo; pronto alcanzaré  los aledaños del Parc Bougainville y en él haré un receso, su frondosa vegetación es el hábitat de todos esos cientos de aves que tanto a primeras horas de la mañana como a últimas de la tarde, montan un guirigay ensordecedor.


El video acaba bruscamente y de golpe vuelvo a la realidad, mi mente aun retiene las imágenes recientes y desde la distancia veo, huelo y oigo aquellas tierras lejanas que me hacen volar con tan solo cerrar los ojos, tan lejos y tan cerca; dentro de mi cabeza las distancias desaparecen y con ellas los problemas que me rodean, ajeno a todo deambulo por una ciudad nunca antes pisada descubriendo rincones soñados por los que otras gentes se mueven a diario siguiendo sus vidas anónimas. Vuelvo a cerrar los ojos y le doy al play de mi memoria, la máquina vuelve a ponerse en marcha con un destino aún por determinar.