No
hay escapatoria, cada día los atajos se van cerrando arrinconándonos al final
del camino; nuestra mirada busca una vía de escape que no encuentra y nuestra
cabeza empieza a remover el pasado ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ―nos
preguntamos―, conocemos la respuesta y a la vez no nos explicamos como hemos
sido arrastrados al averno en el que se ha convertido nuestra existencia. El
día a día nos pesa como una losa difícil de llevar, nuestra espalda no soporta
más peso y la mente sigue aturada por los acontecimientos que nos superan, todo
a nuestro alrededor es bruma y oscuridad pues un tupido velo no nos deja ver el
sol y en esa oscuridad andamos perdidos.
Intentamos
avanzar pero todo son trabas, procuramos sortear los obstáculos pero estos
brotan junto a nosotros y nos atrapan como hiedras silvestres, no vemos la
forma de salir y el bosque se va cerrando entorno a nosotros, volvemos a
perdernos dejándonos llevar por un camino no elegido con destino incierto;
vemos un claro y creemos llegar al final pero tan solo es un receso, una luz de
falsa esperanza a la que intentamos agarrarnos sin éxito, un poco más allá la
oscuridad vuelve a envolvernos y una vez más nos perdemos en el espesor de ese
bosque anónimo.
Hinchamos
el pecho, tomamos aire y seguimos caminando, nuestro paso, firme en otro
tiempo, se ha vuelto lento y dubitativo, un pie delante de otro vamos haciendo
camino pero este apenas nos deja progresar
y al notarlo no agobiamos aun más, a punto estamos de tirar la toalla
pero nos proponemos no desfallecer, aun no, tiempo habrá para ello.
El
caos llena nuestra vida, con cada jornada una nueva sorpresa se suma a la larga
lista de despropósitos, nos hemos convertido en unos pedorros y lo sabemos, mal
que nos pese pero debemos vivir con ello; de nuevo en el camino vemos morir
otro día, la noche nos trae algo de paz al espíritu pero el declinar por unas
horas de nuestra actividad diurna agita nuestras neuronas y en su frenesí,
nuevas amarguras inundan nuestra cabeza, seguimos perdidos.
Con
un nuevo amanecer seguimos la ruta marcada no sabemos muy bien por quien, la
senda que quizás otros anduvieron nos es ajena y amenazante por desconocida,
miramos sin ver y en nuestro limitado campo visual nada aparece que nos de
confianza, los compañeros de viaje por momentos se vuelven extraños y las risas de antaño se convierten en medias
palabras enturbiando un ambiente ya de por si cargado y enrarecido; no vemos la
luz al final del camino y empezamos a remar a destiempo por lo que el barco en
el que todos andamos subidos acusa el mal
gobierno.
Extraviados
sin salida andan los cuerpos inertes ajenos a su voluntad, sin salida en
un laberinto impío del que no encontramos la forma de salir, perdidos en sus
mil callejones, caminos y sendas con la espada de Damocles siempre amenazante
sobre nuestros tristes cuellos, con la cabeza cacha avanzaremos a la espera del
golpe final, el definitivo, el último. Y los pies se atascan en el barro del
camino lastrando nuestras piernas que con ímprobos esfuerzos apenas consiguen
avanzar, el sudor empapa nuestras ropas a la vez que un viento suave las enfría
y nos crea desazón, el frío hiela nuestros huesos.
Un
día sin venir a cuento y de forma inesperada chispas de esperanza surgen como
un soplo en nuestra andadura, creemos ver en ellas el final del túnel en el que
nos hallamos inmersos, por unos momentos tocamos con los dedos el final de
nuestros conflictos terrenales, vislumbramos un fin que creíamos lejano e
incierto…; tras unos momentos de confusión volvemos a la realidad, todo ha sido
un espejismo motivado por nuestro aturdimiento, seguimos anclados en un camino
estrecho, sin salida conocida, con un destino no escrito. Seguimos perdidos en
nuestra existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario