sábado, 1 de febrero de 2014

ARRASTRADO Y SIN FUERZAS

Hoy voy arrastrándome por las horas, la noche ha sido dura, larga, calurosa y de completo insomnio, una más y ya van muchas; uno en esas noches eternas intenta poner orden en sus ideas amparado en el silencio y la oscuridad, hace planes, organiza, marca prioridades o recuerda acontecimientos pasados, también por qué no, sueña despierto aun con los ojos cerrados. Las imágenes en esas vigilias cobran una mayor nitidez, las palabras no pronunciadas una mayor claridad, las ideas y proyectos elucubrados una mayor firmeza pero al despuntar el día, todo se vuelve humo y como tal, este se desvanece y quedamos vacíos de contenido.

Las horas de insomnio pasan factura a lo largo de la jornada, la ausencia de ese sueño reparador tan necesario nos es recordada durante el día y cabizbajos nos movemos en una jungla que nos es ajena y lejana; todo el andamiaje que sostiene a nuestra persona frente al mundo exterior se tambalea y amenaza con sucumbir bajo nuestra dejadez, los pies nos pesan y la cabeza está embotada, en esas condiciones no somos nada, tan solo peleles al pairo de un viento urbano que nos arrastra sin que podamos ofrecer la más mínima resistencia.

Seguimos intentándolo, sacamos fuerzas no sé muy bien de donde para mantenernos erguidos, luchamos contra los bostezos incipientes forzando curiosas muecas y al final, las defensas fallan y cerramos los ojos; pasan unos segundos y de sopetón volvemos a la realidad intentando disimular la inoportuna cabezada, miramos a nuestro alrededor y nos reubicamos en nuestro asiento. Esa desconexión fugaz incrementa nuestro estado de alerta, aumenta nuestra atención pero es una alarma pasajera y pronto el sopor y el decaimiento vuelven a cebarse con nosotros; el peor momento quizás es la sobremesa, cuando te ves impedido a poder realizar la siesta que el cuerpo te reclama, todo se agita en tú interior y no hay distracción capaz de vencer al manto de dejadez que se cierne entorno a nos.

La tarde avanza y a medida que pasan las horas una fuerza interior nos reviscola y nos despeja, a medida que las sobras se van imponiendo a los claros nuestra luz gana intensidad; el cansancio desaparece, la somnolencia se evapora y nuestro ánimo parece experimentar el subidón con el que debimos iniciar la jornada. Sin saber cómo ni porqué nos sentimos frescos, con fuerzas para iniciar cualquier proyecto nocturno pero todo es una ficticia realidad, un espejismo, una falsa ilusión. Estás batido y lo sabes pues el cuerpo no acompaña a los ímpetus de la mente, pronto desearás retirarte con el ocaso de la jornada y buscar el descanso que no encontraste la noche anterior.

Vuelves a cerrar los ojos pues apenas te sientes capaz de mantenerlos abiertos, los escasos segundos que permaneces a oscuras son un interminable pase de imágenes sin orden ni continuidad alguna, flotas en un limbo ingrávido del que no querrías salir, estás de nuevo en un útero materno ajeno a todo, sientes la calidez de sus fluidos y el latir de un corazón que no es el tuyo. Allí sigues en un sueño efímero dejándote llevar por los duendes que habitan en tú interior y tras negociar el trayecto, ellos te llevan a su capricho incapaz de revelarte.

Cae la noche, intentas aguantar para irte a la cama más tarde, no podrías soportar otra noche en vela así que procuras reservar las ocho horas de sueño para más adelante; sin fuerzas y arrastrado pones la televisión, procuras seguir la trama de la serie de turno pero los párpados echan el cierre de manera difícil de evitar, tú cuerpo se afloja en un largo bostezo y tan solo pide descanso. Cambias de postura buscando un mayor confort que no encuentras, te mueves inquieto sabiendo donde está la solución a tú desasosiego pero aguantas un poco más, la cama no se moverá del sitio.


Te levantas, paseas arriba y abajo por tú pequeño apartamento buscando despejar una cabeza inmersa en brumas, por momentos te sientes desfallecer y buscas un apoyo, es la señal, ya no aguantas mas así que lo dejas todo y apagas las luces encaminándote a tú habitación. Una vez en ella a duras penas te da tiempo para despojarte de tus ropas, caes sobre las sábanas como un muñeco de trapo y tú conexión con la vida se apaga, has pasado al mundo de las hadas y en él no te reconocerás.

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