Hoy voy arrastrándome por las horas, la noche ha sido dura,
larga, calurosa y de completo insomnio, una más y ya van muchas; uno en esas
noches eternas intenta poner orden en sus ideas amparado en el silencio y la
oscuridad, hace planes, organiza, marca prioridades o recuerda acontecimientos
pasados, también por qué no, sueña despierto aun con los ojos cerrados. Las
imágenes en esas vigilias cobran una mayor nitidez, las palabras no
pronunciadas una mayor claridad, las ideas y proyectos elucubrados una mayor
firmeza pero al despuntar el día, todo se vuelve humo y como tal, este se
desvanece y quedamos vacíos de contenido.
Las horas de insomnio pasan factura a lo largo de la jornada,
la ausencia de ese sueño reparador tan necesario nos es recordada durante el
día y cabizbajos nos movemos en una jungla que nos es ajena y lejana; todo el
andamiaje que sostiene a nuestra persona frente al mundo exterior se tambalea y
amenaza con sucumbir bajo nuestra dejadez, los pies nos pesan y la cabeza está
embotada, en esas condiciones no somos nada, tan solo peleles al pairo de un viento
urbano que nos arrastra sin que podamos ofrecer la más mínima resistencia.
Seguimos intentándolo, sacamos fuerzas no sé muy bien de
donde para mantenernos erguidos, luchamos contra los bostezos incipientes
forzando curiosas muecas y al final, las defensas fallan y cerramos los ojos;
pasan unos segundos y de sopetón volvemos a la realidad intentando disimular la
inoportuna cabezada, miramos a nuestro alrededor y nos reubicamos en nuestro
asiento. Esa desconexión fugaz incrementa nuestro estado de alerta, aumenta
nuestra atención pero es una alarma pasajera y pronto el sopor y el decaimiento
vuelven a cebarse con nosotros; el peor momento quizás es la sobremesa, cuando
te ves impedido a poder realizar la siesta que el cuerpo te reclama, todo se
agita en tú interior y no hay distracción capaz de vencer al manto de dejadez
que se cierne entorno a nos.
La tarde avanza y a medida que pasan las horas una fuerza
interior nos reviscola y nos despeja, a medida que las sobras se van imponiendo
a los claros nuestra luz gana intensidad; el cansancio desaparece, la
somnolencia se evapora y nuestro ánimo parece experimentar el subidón con el
que debimos iniciar la jornada. Sin saber cómo ni porqué nos sentimos frescos,
con fuerzas para iniciar cualquier proyecto nocturno pero todo es una ficticia
realidad, un espejismo, una falsa ilusión. Estás batido y lo sabes pues el
cuerpo no acompaña a los ímpetus de la mente, pronto desearás retirarte con el
ocaso de la jornada y buscar el descanso que no encontraste la noche anterior.
Vuelves a cerrar los ojos pues apenas te sientes capaz de
mantenerlos abiertos, los escasos segundos que permaneces a oscuras son un
interminable pase de imágenes sin orden ni continuidad alguna, flotas en un
limbo ingrávido del que no querrías salir, estás de nuevo en un útero materno
ajeno a todo, sientes la calidez de sus fluidos y el latir de un corazón que no
es el tuyo. Allí sigues en un sueño efímero dejándote llevar por los duendes
que habitan en tú interior y tras negociar el trayecto, ellos te llevan a su
capricho incapaz de revelarte.
Cae la noche, intentas aguantar para irte a la cama más
tarde, no podrías soportar otra noche en vela así que procuras reservar las
ocho horas de sueño para más adelante; sin fuerzas y arrastrado pones la
televisión, procuras seguir la trama de la serie de turno pero los párpados
echan el cierre de manera difícil de evitar, tú cuerpo se afloja en un largo
bostezo y tan solo pide descanso. Cambias de postura buscando un mayor confort
que no encuentras, te mueves inquieto sabiendo donde está la solución a tú
desasosiego pero aguantas un poco más, la cama no se moverá del sitio.
Te levantas, paseas arriba y abajo por tú pequeño apartamento
buscando despejar una cabeza inmersa en brumas, por momentos te sientes
desfallecer y buscas un apoyo, es la señal, ya no aguantas mas así que lo dejas
todo y apagas las luces encaminándote a tú habitación. Una vez en ella a duras
penas te da tiempo para despojarte de tus ropas, caes sobre las sábanas como un
muñeco de trapo y tú conexión con la vida se apaga, has pasado al mundo de las
hadas y en él no te reconocerás.
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