EL PATIO DE BUTACAS
Hacía ya un buen rato
que permanecía solo junto a la palmera, el tiempo pasaba lento o al menos eso
le parecía a él, no sabría calcular cuanto hacía que José se había marchado en
busca del grupo pero parecía una eternidad, tampoco tenía con que distraerse
salvo mirar las evoluciones de aquella masa humana que se exhibía frente a él.
Era como estar solo en un gran teatro, desde su particular patio de butacas
observaba la obra que se desarrollaba en el gran escenario de su horizonte
cercano; miles de actores danzaban, saltaban o corrían, se abrazaban, empujaban
o sonreían, y él como único espectador los miraba mientras intentaba localizar
entre tanta carne anónima, una cara conocida.
El sol calentaba de lo lindo, el sudor empezó a brotar de
mi frente y gruesas gotas resbalaron hacia mis entornados párpados, pronto el
salado fluido hizo que me escocieran los ojos los cuales a duras penas conseguí
secar, la brisa cesó y el calor se hizo más sofocante, una sensación de ahogo
me invadió a la vez que un pánico incontrolado se apoderó de todo mi ser;
estaba solo y no sabía a quien recurrir. Busqué con la mirada a mis amigas y no
vi rastro de ellas, un muro de parasoles se interponía entre ellas y yo de modo
que ni por asomo nuestras miradas se cruzarían.
La angustia aumentaba y el desamparo al que me vi
expuesto hizo la situación más difícil ¿dónde demonios se habían metido esas
tías? Me habían dejado allí olvidado e inmóvil, atado como un perro a la
palmera. La sed hizo acto de presencia, no recordaba la última vez que había
bebido pero tenía la boca seca, era incapaz de segregar saliva y comencé a
obsesionarme ¿serían capaces de no acercarse a ver como estaba? Las muy zorras
se habían olvidado de mi, no podía creerlo pero allí estaba yo, solo, inmóvil y
varado en la arena como los restos de un naufragio en una isla desierta.
Seguían pasando los minutos y ni rastro de ellos, mi mirada
se fijó en la nevera azul a escasos metros de mi silla, allí, cubierta por unas
bolsas junto a la hamaca reposaban botellas de agua y un sinfín de refrescos,
mi boca deseaba sentir la fresca
sensación del líquido corriendo a través de la
garganta, debía reponer los fluidos que el astro sol me estaba robando
en aquel desierto estival pero ¿que podía hacer? Era incapaz de mover un ápice
mi cuerpo, cualquier esfuerzo en ese sentido era una quimera y tan solo
acabaría con mis escasas energías. Debía evitar pensar en aquel almacén de
ricos fluidos, tan cerca y a la vez tan lejanos a mí, tenía que entretener la
mente con historias que me alejaran de allí y me hicieran olvidar mi crítica
situación, así que estrujé mis sesos buscando un momento agradable en mi
recuerdo.
* * * * *
Tardó en encontrar un fragmento de su vida pasada que le diera un cierto
sosiego, su mente volvió a los años de su niñez, al pueblo donde vivía; ocupaba
la parte más profunda de un fértil valle donde casi todo el mundo se dedicaba a
la agricultura, en una de sus laderas había muchos campos de olivos y entre sus
árboles jugaba muchas veces con sus amigos. Recordaba con nostalgia las tardes
de primavera en las que junto a su abuelo, bajaban al río a pescar, muchas
veces no cogían nada pero él disfrutaba con las historias que le contaba el
abuelo las cuales bailaban entre lo ficticio y lo real; el abuelo había estado
de joven en una guerra, no sabía cual pero recordaba haber visto en un arcón
del granero, su viejo uniforme y un sable medio oxidado.
Nunca había salido del pueblo pero allí era feliz, la familia estaba unida
y todos, familiares y vecinos, ayudaban a todos; recordaba la época de siembra
ayudando a sus tíos y hermanos mayores, aquellas tareas eran un juego para él y
las disfrutaba en contacto con la naturaleza, cuando llegaba la primavera el
valle cobraba vida, el deshielo de las nieves nutría de aguas cristalinas el
caudal del río que por aquellos meses se volvía caudaloso y salvaje. Fueron
buenos tiempos los de su infancia, despreocupados y alegres, rodeado de sus
seres queridos y con un montón de amigos que como él, tampoco habían visto
mundo; años más tarde al dejar el ejército, quiso viajar, el pueblo ya se le
quedaba pequeño y movido por los rumores de unos y de otros, buscó fortuna en
España.
* * * * *
Respiró hondo y volvió a fijar la mirada en la playa, o donde se suponía
que estaba pues la visión directa quedaba interrumpida por el nefasto bosque de
parasoles, nada a la vista, seguía sin señales de su gente, algo debía haberles
pasado para que no aparecieran pero ¿a todos? Sin querer volvió a fijar su
vista en la ansiada nevera azul, lo que trajo a su cabeza nuevamente una sed
desesperante, por unos minutos había conseguido alejar de sus pensamientos el
negado deseo pero ahí estaba de nuevo y esta vez con más fuerza. No sabía
cuanto más podría aguantar sin beber pues a su escasez de líquido había que
añadir la furia del sol abrasador, estaba en lo más alto y sus rayos herían con
mayor precisión su malograda carne inerte; también era fastidio que nadie se
acercara por allí, iban y venían pero mantenían la distancia justa para pasar
inadvertido, ignorado, ajeno a toda aquella muchedumbre semidesnuda.
Empezó a pensar en la mala hora en la que decidió acompañarlos ¿Qué hacía
él, enemigo acérrimo del sol, en una playa cuyas orillas estaban cubiertas de
pieles bronceadas? Con su precaria movilidad ¿Qué hacía él anclado en aquel mar
de arenas blancas? Él que precisaba de ayuda para todo, ahora se veía desvalido
y olvidado por quienes hasta allí le habían llevado para pasar lo que debía
ser, una alegre mañana de playa; esos mismos que probablemente estarían
retozando entre las olas, se habían desprendido de él como quien tira los
restos de un almuerzo a la papelera. Y allí estaba, amenazado por los
elementos, viviendo su angustia en la más absoluta soledad y rodeado por miles
de cuerpos anónimos para los que no existía.
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