jueves, 29 de agosto de 2013

DESDE MI VENTANA

La luz inunda toda la estancia aportando la claridad de la mañana a cada rincón; como cada día me preparo para volar con la imaginación desde mi mesa, a los mandos de un teclado virtual que de fe de mis incursiones a la ficción de un mundo vetado. Los actores de la pieza teatral se desplazan por un escenario muchas veces visto desde mi ventana, a mis pies el largo paseo marítimo marcando el límite entre el cemento formando miles de viviendas y la franja de arenas blancas que alfombra el litoral, más allá de estas el vasto mar de azules cambiantes y verdes esmeralda cuyas orillas besan la costa con labios de espuma blanca.

No necesito mirar para ver pues las imágenes que se extienden a mí  alrededor, están grabadas a fuego dentro de mi cabeza; el rumor de las olas llega hasta mi mesa, cierro los ojos y me veo navegando sobre ellas rumbo a lo desconocido, a un lugar remoto tocado por las hadas, donde las sirenas se aproximan a la orilla endulzando el ambiente con sus cantos melodiosos. Los ojos cerrados me permiten ver a través de la bruma sus esbeltos cuerpos dotados de vigorosas colas plateadas retozando sobre las rocas, las aguas turquesas y cristalinas de su idílico paraíso forman una laguna infranqueable para el extraño, protegiendo así su intimidad y su reino.

Abro los ojos y de nuevo estoy frente a mi mesa con todo un mundo a mis pies que late y vive; los cuerpos recién llegados con sus pieles vírgenes de sol, extienden sus toallas allí abajo y se preparan para el primer baño de la temporada. Cada jornada como autómatas, las gentes van llenando la arena con sus cuerpos aceitosos, hasta mi ventana llegan sus gritos de júbilo formando un murmullo inconfundible que se repite día tras día, el sol inclemente juega con sus sombras sobre la arena mientras los más listos, se protegen bajo los toldos de un chiringuito con una cerveza entre las manos.

Desde mi ventana puedo ver el gran edificio del que hace muchos años salí para no regresar, allí quedó toda una vida por vivir, muchos viajes que realizar, muchas historias que contar, muchas gentes que conocer; cierro los ojos y veo con total nitidez aquella habitación en la que Jako tuvo su última  noche de amor a comienzos de un verano muy lejano en el tiempo pero muy próximo en la memoria, aquella piel suave acariciada a la luz de las velas, aquel cuerpo amado de manera fugaz tras años de espera, la historia quedó incompleta y las palabras que debieron describirla, se precipitaron al abismo en una noche aciaga. Las tinieblas del alma no me dejan ver el sol así que cierro los ojos una vez más y sigo mi viaje estelar por los entresijos de la memoria. Veo aquellas cargas de caballería en el distrito universitario a cargo de una compañía montada de los entonces llamados grises, las escaramuzas estudiantiles siempre inconformistas en busca de una utópica sociedad inexistente, retaban al sistema siempre opresor; tras las ventanillas del autobús la masa nos rodea y por momentos nos vemos zarandeados con la mayor de las impotencias.

Tiempos de cambios que puedo tocar con tan solo cerrar los ojos, mi cuerpo se comporta como una máquina del tiempo yendo hacia adelante o hacia atrás, con tan solo activar la parcela de la memoria latente. Veo a esa joven de hermosos ojos verdes saliendo de su casa para dirigirse a uno de sus primeros trabajos, la sigo con la mirada durante un buen rato antes de acercarme a ella y subirla en mi Vespa color butano tras un beso cómplice, recuerdo con gratitud todas las veces que la tuve entre mis brazos; hoy, tocada por  las hadas, se ha convertido en una sirena cuyo reino exige su presencia pues el mar llora su ausencia, cuando las aguas cristalinas no acarician su piel.

Y una vez más abro los ojos y allí sigue el mar infinito, con sus brillos y contrastes, sus olas baten contra la orilla con un vaivén interminable y las crestas, blancas como la nieve, se deshacen en la orilla como azucarillos en una infusión. Más reciente en el tiempo, otro rostro va cobrando  protagonismo, su presencia inexistente es suplida por una voz cálida al otro lado del hilo telefónico, nuestros caminos nunca llegarán a cruzarse pero aun así la siento cercana, cercana en la distancia que siempre nos ha tenido separados.

Miro a través del cristal y lo que veo me reconforta, allí abajo está lo que tantos anhelan y muchos desconocen, allí sobre  la arena blanca retocé hace muchos años, recuerdo los baños nocturnos a la luz de la luna atento a cualquier movimiento extraño en el oscuro océano, pues de ello se encargó Spielberg superando sus fobias a finales de los 70; recuerdo a una chica feucha de cuerpo aceptable y conversación amena, con la que compartí olas y espuma una noche de verano, la penumbra de aquella velada en un mar húmedo y tranquilo, hizo que nuestras pieles bailaran una danza de amor en el mayor de los anonimatos. Es lo que tiene el verano, sus días largos y cálidas noches invitan a la desinhibición sin una sombra de mala conciencia, todo lo que ocurre en verano acaba con el verano aunque a veces quisiéramos que no fuera así.

Y el niño toca huevos sigue correteando por la playa haciendo rabiar a sus padres, estos, con toda la parafernalia del turista profesional, organizan los enseres alrededor de una sombrilla amarillo chillón: nevera, sillitas, toallas, cremas protectoras… ese núcleo familiar venido de tierra adentro y clonado hasta la saciedad, se extiende sobre toda la superficie costera a la espera de su disfrute estacional. Son felices y olvidan por unos días las miserias que han dejado en sus ciudades de origen.

Poco a poco va pasando el verano y con él las historias visionadas desde mi ventana pierden nitidez, cada año es lo mismo pero diferente, siempre hay algo que cambia el orden de las cosas y en ese cambio nos perdemos con conflictos inesperados que no llegábamos a imaginar; razón tenía quien dijo que cualquier tiempo pasado fue mejor, de esta aseveración quedan excluidos claro está, los eternos amargados inconformistas que siempre han visto manos negras y opresión en todo lo que les rodea pero ya se sabe, cardos hay en todos los montes y gentes de baja extracción nacen todos los días.


Mi verano pssssssssssss ¿y el tuyo?